Por
la mañana, la tonalidad de mi cara es más verde que roja. Me miro en el espejo
y me desespero. ¿Cómo puedo tener esta pinta?
Por
favor, ¡si parezco Hulk, el monstruo verde!
Vale...,
no es que sea una belleza, pero vamos, verme así es terrible, es deprimente.
Pobre PETER. Vaya novia que tiene. Soy igualita a la novia cadáver. Me río. Soy
tonta. Cuando regreso a la habitación en la radio suena Satisfaction de
los Rolling Stones y canto. Esa canción siempre me recuerda a mis amigos de
Jerez. Comienzo a bailar mientras canto a voz en grito. PETER sube a darme un
beso antes de marcharse a trabajar y, sorprendido, me mira desde la puerta,
hasta que soy consciente del deprimente espectáculo que le estoy ofreciendo y
me paro, aunque mis hombros siguen el ritmo mientras me acerco a él.
—Me
encanta verte así de feliz.
Sonrío.
Le doy un beso.
—Esta
canción me trae muy buenos recuerdos de mi gente.
—¿De
alguien en especial?
Con
una maquiavélica sonrisa, asiento. PETER cambia su gesto y, dándome un azote de
lo más sensual, exige con posesión:
—¿De
quién?
Divertida
por lo que voy a decir, explico:
—De
BENJAMIN... —Y cuando su mirada se tensa, prosigo—: De Rocío, Laura, Alberto,
Pepi, Loli, Juanito, Almudena, Leire...
Me
da otro azote y otro más. Pica, pero me río. Cambia su gesto a otro más
divertido y murmura mientras me masajea la nalga enrojecida:
—No
juegues con fuego pequeña o te quemarás.
—¡Mmm!,
me gusta quemarme. —Y contoneándome, susurro—: ¿Quieres quemarme?
PETER
me retira de su lado y resopla. Lo tiento. Me desea. Después menea la cabeza
hacia ambos lados.
—Tú
recupérate, que, cuando lo estés, prometo quemarte.
—¡Guau!
—grito, y sonríe.
Después
me da un beso.
—Que
tengas un buen día, cariño.
Dicho
esto, se va. Está a cinco metros de mí y ya lo echo en falta. Pero he quedado
con Frida para comer y sé que me lo voy a pasar bien. Asomada a la ventana, veo
cómo se aleja su coche y, de pronto, suena el teléfono. Mi hermana.
—¡Hola,
cuchuuuuuuuuuuuuu!
—¡Hola,
gordita! ¿Cómo estás? —le pregunto riendo mientras me tumbo en la cama para
hablar con ella.
—Bien.
Cada día más ceporri, pero bien. ¿Y tú que tal, cómo andas?
Su
voz suena algo triste, pero yo con el subidón de lo ocurrido segundos antes con
PETER, respondo:
—Pues
mira, Raquel, no te asustes. Estoy bien, aunque soy igualita que el increíble
Hulk. Anteayer me caí en la nieve. Tengo la cara que parece un cuadro de
Picasso y puntos en la barbilla. Con eso, te lo digo todo.
—¡Cuchuuuuuuuuuuuu,
no me asustes!
Al
ver que se alarma, añado:
—Pero
¿no ves que estoy tranquilamente hablando contigo? Ha sido un golpecito de
nada. No dramatices, que te conozco.
Durante
más de una hora hablo con ella. La noto bien, pero hay algo que no sé..., no me
deja contenta. Cuando cuelgo el teléfono me visto y bajo al comedor. Simona
está pasando el aspirador, y al verme, lo para y pregunta:
—¿Cómo
está hoy, señorita?
—Mejor,
Simona. ¿Ha comenzado ya «Locura esmeralda»?
La
mujer mira el reloj y dice:
—¡Por
todos los santos!, corramos o nos la perderemos.
Hoy
Luis Alfredo Quiñones, tras perseguir a caballo por toda la dehesa a Esmeralda
Mendoza, la besa y le promete, mientras miran juntos al horizonte, recuperar al
hijo de ambos. Simona y yo, emocionadas, nos miramos y suspiramos.
A
las doce aparece EUGE con el encargo que le hice cuando supe que iba a venir y
cuando me ve se queda sin habla. Aunque la he avisado por teléfono, no puede
dejar de impresionarse al contemplar mi rostro.
Sentadas
en el salón comemos lo que Simona nos ha preparado mientras charlamos.
—Tengo
que contarte algo, EUGE.
—Tú
dirás.
Divertida,
la miro y murmuro:
—El
otro día me encontré con PAULA y le di dos guantazos y una patada en el culo.
Vale, antes de que digas nada, sé que estuvo mal. Soy una adulta y no puedo ir
comportándome como una delincuente, pero, oye, reconozco que me sentí bien al
hacerlo y que si no hubiera sido por las caras de todas las que nos miraban, le
habría dado siete más.
El
tenedor se le cae de las manos, y ambas nos reímos. Le cuento lo ocurrido y
maldice no haber estado allí para haber aprovechado como Marta y darle su
deseado bofetón. Cuando terminamos de comer, en vez de sentarnos en el salón,
decidimos ir a mi cuarto. Se sorprende de lo bonito que lo estoy dejando y,
cuando ve el árbol de Navidad rojo en un rincón, mi comentario es:
—Mejor
no preguntes.
Animadas,
nos sentamos en el cómodo sillón rojo que me ha regalado PETER, y tras
cotillear sobre nuestro culebrón preferido, pregunta:
—Entonces,
¿todo bien con PETER?
—Sí.
Discutimos, nos reconciliamos y volvemos a discutir. Bien.
—Me
alegro —dice riendo—. Y en lo sexual, ¿bien también?
Pongo
los ojos en blanco y asiento. Ambas nos reímos.
—Increíble.
Cada vez que quedamos con PABLO y hacemos un trío es indescriptible. Me vuelve
loca ver la pasión que pone PETER. Cómo me ofrece... ¡Oh, Dios, me encanta
cómo
me poseen entre los dos! Nunca había pensado que lo pudiera pasar tan bien en
algo que al principio me parecía escandaloso.
—El
sexo es sexo, LALI. No hay que darle más vueltas. Si a vosotros como pareja os
gusta y lo disfrutáis, ¡adelante!
—Ahora
lo disfruto, EUGE. Pero antes, te aseguro que pensaba que las personas que lo
hacían eran unas depravadas. Pero la sensación que me produce sentirme tan
deseada y cómo ellos me hacen suya...
—Calla...,
calla que me excitas. ¡Soy una depravada! —Ambas reímos, y ella añade—: Por
cierto, hablando de depravación, ¿te ha dicho PETER algo de la fiesta privada
de esta noche? —Niego con la cabeza—. Heidi y Luigi dan unas fiestas estupendas.
Estoy segura de que os han invitado, pero en tu estado seguro que PETER ha
declinado la oferta.
—Normal.
Con la pinta que tengo. Mejor no sacarme de casa, que asusto —me mofo, y las
dos nos reímos. Pero, curiosa, pregunto—: ¿Va mucha gente a esa fiestecilla?
—Sí.
La verdad es que sí va bastante gente. La suelen hacer en su bar de intercambio
de parejas, y te aseguro que allí va lo mejor de lo mejor. —Y bajando la voz,
murmura—: El año pasado en esa fiesta Andrés y yo hicimos realidad una de
nuestras fantasías.
Al
ver mi cara, EUGE ríe y cuchichea:
—Hice
un gangbang y Andrés, un boybang. —Y al ver que pestañeo,
susurra—: Andrés escogió seis mujeres de la fiesta, y yo escogí a seis hombres.
Nos metimos en uno de los cuartos del local, y yo me entregué a ellos y Andrés
a ellas. Fue alucinante, LALI. Yo era el centro de mis hombres e iba probando
distintas posturas sexuales con todos ellos. ¡Dios!, ni te imaginas lo que
disfruté, y Andrés te aseguro que se lo pasó pipa con sus chicas. Al final nos
unimos los dos grupos e hicimos una orgía. Como te digo, las fiestas de Heidi y
Luigi siempre deparan cosas buenas.
Lo
que me dice parece excitante, pero, para mi gusto, exagerado. Con dos hombres
yo tengo bastante, pero calienta imaginarlo.
Durante
un rato me explica sus experiencias. Todas son morbosas y excitantes. Me
encanta hablar con EUGE tan abiertamente de sexo. Nunca he tenido una amiga con
la que poder conservar con tanta sinceridad de esto y me gusta. A las cinco se
marcha. Tiene que arreglarse para la fiesta.
Sonia
llama para ver qué tal estoy, y tras ella, Marta. Está encantada con su cita de
esa noche. Le doy ánimos y le pido que mañana me llame y me cuente qué tal fue
todo.
Por
la tarde, Flyn regresa del colegio. Tras hacer sus deberes lo espero en mi
habitación. Cuando entra le enseño los patines en línea que le había encargado
para él a EUGE. Aplaude. Una vez que se pone las coderas, rodilleras y casco,
comenzamos sus clases con el skateboard. Como era de esperar, se
desespera. Lo primero que hay que aprender es a saber cuál es el centro del
equilibrio de uno. Le cuesta un poco, aunque al final lo consigue, pero poco
más.
Cuando
oímos el coche de PETER, rápidamente dejamos todo en su sitio. No debe saber ni
notar que estamos practicando con eso. Flyn corre a su cuarto de estudios, y
los dos disimulamos muy bien. Me saco del bolsillo de mi pantalón un chicle de
fresa y lo mastico.
Cuando
PETER viene a mi cuarto a buscarme, me encuentra sentada en el suelo, mirando
la pantalla del ordenador.
—¿Por
qué no te sientas en una silla? —pregunta.
—Pues
porque me gusta mucho sentarme en esta mullida y carísima alfombra. ¿Hago mal?
Se
agacha y me da un beso. Está guapísimo con su caro abrigo azul y su traje
oscuro. Su aspecto de ejecutivo es imponente, y me encanta. Me pone. Me da la
mano y me levanto, y entonces, sorprendiéndome, me entrega un precioso ramo de
rosas rojas.
—Feliz
día de los Enamorados, pequeña.
Boquiabierta.
Patitiesa
y asombrada me quedo.
¡Qué
romántico!
Mi
Iceman me ha comprado un precioso y maravilloso ramo de rosas rojas por el día
de los Enamorados, y yo ni le he felicitado ni tengo nada para él. ¡Soy lo
peor! PETER sonríe. Parece saber lo que pienso.
—Mi
mejor regalo eres tú, morenita. No necesito nada más.
Lo
beso. Me besa y sonrío.
—Te
debo un regalo. Pero de momento tengo algo para ti.
Sorprendido,
me mira, y saco el paquete de chicles del bolsillo. Se lo enseño. Sonríe. Saco
uno. Lo abro y se lo meto en la boca. Divertido por lo que aquello significa
para nosotros, pregunta:
—¿Ahora
te van a salir los ronchones y la cabeza te va a dar vueltas como a la niña del
exorcista?
La
carcajada de los dos es deliciosa.
—La
nueva modalidad es mi cara verde y mis puntos. ¿Puede haber algo más sexy para
un día de los Enamorados?
PETER
me besa y, cuando se separa de mí, digo:
—Me
ha comentado EUGE que esta noche va a una fiesta en un bar de intercambio de
parejas. ¿Tú sabías algo?
—Sí.
Luigi me llamó para invitarnos al Nacht. Pero decliné la oferta. No estás tú
para muchas fiestas, ¿no crees?
—Pues
sí..., pero, oye, si hubiera estado presentable, me habría gustado ir.
PETER
me besa y me mordisquea el labio inferior.
—Pequeña
viciosilla, ¿tan necesitada estás? —Yo me río y niego con la cabeza, y él
comenta mientras me aprieta contra él—: Ya habrá otras fiestas. Te lo prometo.
—Y al ver mi mirada, pregunta—: A ver, morenita, ¿qué quieres preguntar?
Yo
sonrío. Cómo me va conociendo. Y acercándome a él, pregunto:
—¿Has
hecho alguna vez un boybang?
—Sí.
—¡Hala,
qué fuerte!
PETER
ríe por mi contestación.
—Cariño,
llevo más de catorce años practicando un tipo de sexo que para ti de momento es
una novedad. He hecho muchas cosas, y te aseguro que algunas de ellas nunca
querré que las hagas. —Y al ver que lo miro en busca de saber más, indica—:
Sado.
—¡Ah,
no!, eso no quiero —aclaro. Y tras escuchar la risa de PETER, pregunto—: ¿Qué
piensas de los gangbang?
PETER
me mira, me mira, me mira..., y cuando mi paciencia está a punto de explotar,
responde:
—Demasiados
hombres entre tú y yo. Preferiría que no lo propusieras.
Eso
me hace reír, y antes de que pueda decir nada, cambia de tema:
—Tengo
sed. ¿Quieres beber algo?
Enamorada,
con mi ramo de rosas en la mano, camino de su mano por el enorme y
amplio
pasillo de la casa. De pronto, cuando llego a la cocina y entro, Simona me mira
con una sonrisa, y yo grito:
—¡Susto!
El
animal corre hacia mí, y PETER lo para. No quiere que me haga daño. Pero el
animal está como loco de felicidad, y yo todavía más. Tras abrazar con cuidado
a Susto y decirle mil cosas cariñosas, miro a mi machote de ojos azules
y, sin importarme que Simona esté delante, le abrazo y murmuro en español:
—¡Ni
gangbang ni leches! Eres lo más bonito que ha parido tu madre y te juro
que me casaba contigo ahora mismo con los ojos cerrados.
PETER
sonríe. Está pletórico. Me besa.
—Lo
más bonito eres tú. Y cuando quieras..., nos podemos casar.
¡Oh,
Dios! Pero ¿qué acabo de decir? ¿Le acabo de pedir matrimonio? Pa matarme.
Susto
da saltos a nuestro
alrededor, y PETER, parándolo, comenta, divertido:
—Como
verás, le he puesto la bufanda para el cuello que le hiciste. Por cierto, está
tremendamente afónico.
—¡Aisss,
que te como Iceman! —exclamo riendo y lo beso.
Apasionada
por aquel bonito momento, estoy tocando a Susto, que no para de moverse
por lo contento que está, cuando veo algo en las manos de Simona. Es un
cachorro blanco.
—
¿Y esta preciosidad? —pregunto mientras lo miro embobada.
Sin
soltarme de la cintura, nos acercamos a Simona, y PETER comenta:
—Estaba
en la misma jaula que Susto. Por lo visto es el único de su camada que
ha sobrevivido, y debe de tener como mes y medio me han dicho. Susto no
se quería venir conmigo si no me llevaba a este pequeño también. Tenías que
haberle visto cómo lo agarró con la boca y salió de la jaula cuando lo llamé.
Luego, fui incapaz de devolver al cachorrillo a la jaula.
—Es
usted muy humano, señor —murmura, emocionada, Simona.
—Es
el mejor —asiento, dichosa. Y luego, mirando a Susto, afirmo—: Y tú, un
padrazo.
Ante
nuestros comentarios, mi feliz Iceman sonríe y dice, mirando al cachorro:
—Lo
que no sé es de qué raza será.
Con
mimo, cojo al cachorro. Es gordito y esponjoso. Una preciosidad.
—Es
un mil razas.
—¿Un
mil razas? Y ése ¿qué perro es? —pregunta Simona.
PETER,
que ha entendido mi broma, sonríe, y yo, con el cachorro en mis manos, le
aclaro a Simona:
—Un
mil razas es un perro que tiene de todas las razas un poco y ninguna en
especial.
Los
tres nos reímos. Simona, feliz, se marcha para contárselo a Norbert. Yo dejo al
cachorro en el suelo, y PETER dice mientras sujeta a Susto para que no
me salte encima.
—¿Te
gustan tus regalos?
Encantada
y enamorada, lo beso y musito:
—Son
los mejores regalos, cariño. Y tú eres el mejor.
PETER
está feliz. Lo veo en su mirada.
—De
momento, se pueden quedar en el garaje, hasta que les hagamos una caseta fuera.
Yo
le miro. Eso no se lo cree ¡ni loco!
—Vale...,
pero hoy déjales que se queden en casa. Hace mucho frío.
—¿En
casa?
—Sí.
En
este preciso momento, el cachorro, que camina por el suelo, se mea. ¡Vaya
pedazo de meada que echa! PETER me mira y, con seriedad, pregunta:
—¿Dentro
de casa?
Parpadeo.
Le guiño un ojo y, con complicidad, cuchicheo:
—Que
sepas que acabas de aumentar la familia. Ya somos cinco.
Mi
alemán cierra los ojos y entiende perfectamente lo que acabo de decir y antes
de que diga alguna de sus perlas, le apremio:
—Vamos,
PETER —digo mientras cojo al cachorro—. Démosle la sorpresa a Flyn.
—¿Susto
no le dará miedo?
Yo
niego con la cabeza.
Sin
hacer ruido, nos dirigimos hacia su habitación de juegos. Con cuidado, abro la
puerta y hago entrar al animal.
—¡Susto!
—grita el niño,
y lo abraza.
Las
carcajadas de Flyn son maravillosas. ¡Colosales! Y el perro se tumba panza
arriba para que le rasque la barriguita. Durante un rato, la felicidad del
pequeño es plena, hasta que ve en mis manos algo que llama su atención. Con los
ojos como platos, se acerca a mí y pregunta:
—Y
éste ¿quién es?
PETER,
dichoso y, sobre todo, sorprendido por la felicidad que ve en su sobrino,
explica:
—Cuando
fui a buscar a Susto, estaba con él en la jaula. Susto no quiso
dejarlo solo y se vino con nosotros.
El
crío, alucinado, mira a su tío. Dos perros. ¡Dos! Yo, encantada, dejo al
cachorro en sus manos.
—Este
pequeñín será tu superamigo y supermascota. Por lo tanto, el nombre se lo
tienes que poner tú.
Flyn
mira a su tío, y cuando ve que éste asiente, sonríe. Mira a continuación al
cachorro blanco y dice, tras guiñarme un ojo:
—Se
llamará Calamar.
Un
enorme nudo de emociones se agolpa en mi garganta al escucharlo, y sonrío. El
pequeño pone el pulgar ante mí, yo pongo el mío, y terminamos con una palmada.
Nos reímos. PETER me besa en el cuello y susurra en mi oído al ver a su sobrino
feliz:
—Cuando
quieras, ya sabes..., me caso contigo.
Hola, soy nueva!
ResponderEliminarOjala y vuelvas pronto a actualizar, me he leido todas las noves y me gusta mucho tu pagina!
Saludos!!