Al
día siguiente quedamos para cenar con PABLO, EUGE y NICO
en
Jokers, el restaurante del padre de PABLO. Dexter, Graciela,
PETER
y yo, tras saludar al simpático Klaus, nos dirigimos hacia la
mesa
que éste nos indica. Pedimos unas cervezas y comenzamos
a
charlar.
—Oh,
Dios, me encanta la cervecita de Los leones.
—¿La
Löwenbräu? —pregunta PETER.
Graciela
asiente y, tras beber un trago, responde:
—Hace
muchos años, cuando yo vivía en Chile, tenía un vecino
cuyo
padre era alemán y se hacía traer esta cerveza desde
aquí.
Hum, ¡está buenísima!
Dexter
con una enorme sonrisa al verla tan feliz, pregunta:
—¿Te
pido otra?
—Me
encantaría.
Los
miro. Vaya dos patas para un banco.
Ambos
se gustan, pero ninguno da el primer paso. Bueno,
Graciela
lo ha dado y ahora es Dexter quien tiene que hacerlo.
Estoy
convencida de que lo desea, pero lo frena su condición. Lo
que
no entiendo es cómo es tan tonto. Sabe que ella conoce sus
limitaciones
y aun así él le interesa. Sinceramente, no le
entiendo.
Cuando
nos traen una nueva ronda de cervezas, brindamos y
el
buen humor reina entre nosotros, como siempre. En ese
momento,
veo que entra el guapísimo PABLO acompañado por
una
mujer. ¿Quién será?
Él
no nos ha visto todavía y puedo curiosear a gusto. La
mujer,
como era de esperar, es un cañon. Alta, taconazos, sexy,
rubia
y guapa, muy guapa.
Cuando
su padre le advierte que lo esperamos y PABLO se da
la
vuelta, nuestras miradas se encuentran y me guiña un ojo.
¡Qué
gran amigo es!
—PETER,
ha llegado tu amiguito —susurro divertida.
Mi
rubio, al escucharme, se levanta de la mesa y, cuando
esos
dos titanes a los que tanto quiero se encuentran, se dan un
largo
y significativo abrazo. Se adoran. Acto seguido, PABLO me
abraza
y murmura en mi oído:
—Bienvenida
a casa, señora LANZANI.
Yo
sonrío y observo cómo su acompañante me mira con
gesto
poco amable. Por su actitud se ve que no se siente muy
feliz
con esta cena. PABLO sigue su ronda de saludos y, tras
estrecharle
la mano a Dexter y presentarle éste a Graciela,
pregunta:
—¿No
han llegado EUGE y NICO?
—¡Estamos
aquí! —dice pronto la voz de EUGE.
Al
oírla, doy un salto y corro hacia ella. Mi loca amiga viene
dando
saltitos y, tras abrazarnos, pregunta:
—¿Cómo
va todo?
Separándome
de ella, respondo:
—Genial.
De momento no nos hemos matado.
EUGE
sonríe y ahora es Andrés el que me abraza y me
achucha.
Son todos tan cariñosos conmigo que no puedo parar
de
sonreír. Veo que conocen a Graciela de cuando han viajado a
México.
Clavo
la mirada en la rubia que, con cara de asquito, nos
observa
desde un lateral de la mesa y le digo a PABLO:
—Haz
el favor de ser caballeroso y presentarnos a tu
acompañante.
Él,
que está emocionado por esta reunión, se acerca a la
desconocida
y, cogiéndola por la cintura, dice:
—Agneta,
te presento a mis amigos. PETER y su mujer LALI.
NICO
y su mujer EUGE y Dexter y su novia Graciela.
Uy...
Uy..., lo que ha dicho.
Me
entra la risa sin poderlo remediar.
Y
antes de que Dexter lo aclare, Graciela mira al guapísimo
PABLO
y dice:
—No
somos novios. Sólo soy su asistente personal.
PABLO
al oír eso, mira sorprendido al mexicano, después a la
joven
y, en español, para que Agneta no lo entienda, dice:
—Pues
entonces, creo que tú y yo vamos a tener una cita.
Me
parto. PABLO no desperdicia oportunidad y Graciela, con
una
gracia que me descoloca, asiente.
—Estaré
encantada de tenerla.
Vayaaaaaaaaaa
con la chilena.
¡No
quiero mirar a Dexter!
¡No
debo hacerlo!
¡Pobrecito!
Pero
al final, como soy una cotilla, ¡zas!, lo miro y veo cómo
la
mandíbula se le cuadra, mientras se retira su oscuro pelo de
la
cara. No dice nada y da un trago a su cerveza. Ay, pobre, me
da
hasta pena.
Tras
las presentaciones, todos nos sentamos y empezamos a
hablar.
Klaus, el padre de PABLO rápidamente nos llena la mesa
de
ricos manjares. Los ojos me hacen chiribitas mientras le
explico
a Graciela un poco qué es todo aquello.
Uff...
¡qué hambre tengo, por favor!
—¿Sabes
quién es ésa? —cuchichea EUGE con disimulo.
Yo
la miro y, al ver que señala a la acompañante de PABLO,
pregunto:
—¿Quién?
—Esa
chica trabaja en las noticias de la CNN aquí en Alemania.
Es
presentadora de televisión.
—Vaya
—susurro, mirándola con curiosidad.
Graciela,
que es de buen comer, como yo, rápidamente se
lanza
y, tras comerse una rica albóndiga, me mira y dice con su
dulce
voz:
—¡Qué
ricoooooooooooo!
Yo
asiento. Esas albóndigas de carne picada están de muerte.
Dispuesta
a que siga descubriendo cosas, cojo dos brezn y le
entrego
uno.
—Prueba
esta rosquilla salada mojada en esa salsa y verás.
—Los
brenz de aquí son espectaculares —interviene EUGE,
que
coge otro—. Ya verás.
Las
tres mojamos las rosquillas, las masticamos y nuestros
exagerados
gestos lo dicen todo. ¡Deliciosas!
Los
chicos nos miran y sonríen. Pedimos más cerveza.
Comer
da sed.
Mientras
los hombres hablan, nosotras le damos buen uso a
nuestro
paladar, hasta que, de pronto, la mirada de Agneta
llama
mi atención y pregunto:
—¿No
comes?
Ella
niega con la cabeza y, arrugando la nariz, responde:
—Demasiada
grasa para mí.
—Pues
mira, ¡a más tocamos! —responde Graciela en
español
y yo contengo la risa.
Creo
que la cerveza le está comenzando a afectar.
EUGE,
que está a nuestro lado, dice:
—Mujer,
pero algo comerás.
Agneta
con un gesto que me recuerda a no sé quién, la mira y
responde:
—He
pedido una ensalada de rábanos y queso.
—¿Sólo
comerás eso?
La
rubia alemana asiente y, levantando el mentón, añade:
—Todo
lo que coméis es un segundo en la boca y seis meses
en
las caderas. Yo me debo a mi público, que quiere verme bella
y
delgada.
Tiene
razón.
Pero
oye, ¡el segundo de la boca es la bomba! En cuanto a lo
segundo
que ha dicho, prefiero no opinar. Ésta es tonta, pero
tonta...
tonta.
Durante
varios minutos, comemos y comemos y, de pronto,
me
paro. ¡Ya sé a quién me recuerda la cara de Agneta!
Es
igualita a un caniche llamado Fosqui que
tuvo la Pachuca
cuando
yo era pequeña. Me vuelvo a reír. No puedo remediarlo
y
PETER, acercándose, me besa en el cuello y pregunta:
—¿Qué
te da tanta risa?
No
puedo decirle la verdad y respondo:
—Graciela.
¿Has visto qué contenta está?
PETER
la mira, asiente y murmura:
Ambos
asentimos y, acercándome a él, le doy un besito en la
punta
de la nariz.
—Te
quiero, señor LANZANI.
PETER
sonríe y, tras ponerme un mechón de pelo tras la oreja,
dice:
—¿Sabes?
—¿Qué?
—Hace
mucho tiempo que no discutimos y no me llamas una
cosa.
Al
escucharlo suelto una carcajada y, al darme cuenta de a
qué
se refiere, parpadeo y afirmo:
—Eso
sólo lo diré cuanto te lo merezcas y ahora no te lo
mereces.
Por lo tanto, ¡no! Me niego a darte ese placer.
—Me
vuelve loco cuando me lo llamas.
—Lo
sé —río divertida.
Me
hace cosquillas en la cintura y pide:
—Venga,
dímelo.
—No.
—Dímelo.
—Que
no... que no te lo mereces ahora.
Me
besuquea y, contenta como unas pascuas, finalmente
digo:
—Gilipollas.
PETER
suelta una carcajada. Nos volvemos a besar. Dios...
cómo
besa mi chicarrón.
—Esta
ensalada no es la que yo he pedido —dice una voz
estridente.
PETER
y yo regresamos a la realidad. Miramos a Agneta, que,
con
cara de enfado, protesta:
—He
pedido una ensalada de queso y...
—Esto
es una ensalada de queso y rábanos —la corta PABLO,
mirándola.
La
estrellita de la CNN mira el plato que tiene delante y,
adoptando
una expresión más dulce, contesta:
—Ah,
vale... sí tú lo dices, entonces me lo creo.
—¿Si
te lo digo yo?
Acercándose
a PABLO, que la mira algo alucinado, la rubia
murmura:
—Sí.
Si me lo dices tú.
EUGE
y yo nos miramos e intuyo que pensamos lo mismo. Es
tonta...
pero tonta de remate.
Pero
vamos a ver, qué poca personalidad. ¿Qué ha visto
PABLO
en ella?
Bueno,
vale, ya sé que es un bellezón y, conociendo los gustos
de
mi amigo, la chica ha de ser, como poco, una fiera en la
cama.
Pero hombre, no se la puede sacar sin bozal.
Todos
seguimos comiendo y la conversación poco a poco se
normaliza.
EUGE, al ser alemana como Agneta, intenta incluirla
en
la conversación, pero ésta no está por la labor y se niega.
Tras
los postres y las risas, Graciela le pide a la camarera:
—Póngame
diez Löwenbräu para llevar.
Todos
nos reímos, pero Dexter le dice a la mujer.
—Ni
caso... Ni caso.
Graciela,
al oírlo, lo mira y, apoyando un codo en la mesa y
la
barbilla en la mano, pregunta:
—¿Por
qué? ¿Por qué crees que no debería llevarme alguna
cervecita?
El
mexicano, con una sonrisa cariñosa, responde:
Graciela
suelta una carcajada. Desde hace rato, soy consciente
de
que su timidez brilla por su ausencia y, antes de que
yo
pueda pararla, se acerca más a Dexter y dice:
—Mala
estoy de ver que no quieres nada conmigo, cuando
sería
padrísimo que jugáramos juntos en tu habitación del
placer.
Guauuu,
¡Graciela está desatá!
—¡¿Cómo
dices?! —pregunta él, totalmente descolocado.
—Sé
que te gusto y mi comadre LALI también se ha dado
cuenta.
No disimules, güeyyyyyyyyyy.
¡Toma
ya!
EUGE
me mira. Yo la miro.
PETER
me mira. Yo lo miro.
PABLO
me mira. Yo lo miro.
Todos
me miran y, cuando Dexter, lo hace digo:
—A
ver, Graciela se refiere a...
Pero
no puedo continuar.
Graciela
le coge la barbilla y, delante de todos, le da un
besazo
de tornillo en toda regla que nos deja patidifusos.
Otra
como mi hermana. ¡Joder con las sositas!
Cuando
termina, sonríe y, a escasos centímetros de la cara
del
mexicano, explica:
—Me
refiero a esto, cielito lindo. Quiero dejar de jugar con
otros
para hacerlo contigo.
Madre
míaaaaaaaaaa... madre míaaaaaaaaaaaa...
No
sé qué hacer.
Estoy
bloqueada. Graciela no para de parpadear en dirección
a
Dexter y él, mirándome, pregunta:
—¿A
qué se refiere con lo de jugar?
Yo
levanto las cejas y Dexter, alucinado, me entiende. La
mira
boquiabierto y dice:
—Pero
por el amor de Dios, ¿con quién juegas tú?
—Con
mis amigos.
—¡¿Cómo?!
—grita, demasiado alto.
Graciela,
con muchas cervezas en el cuerpo, responde:
—Ya
que tú no quieres hacerlo conmigo, me busco la vida.
Nadie
se mueve.
Nadie
sabe qué hacer hasta que PETER, tomando las riendas de
la
situación, dice levantándose:
—Es
tarde, creo que será mejor que regresemos a casa.
Todos
nos ponemos en pie. Yo me acerco a Graciela y, al ver
que
Dexter es el primero en moverse con su silla de ruedas, le
pregunto
en voz baja:
—¿Qué
estás haciendo, loca?
Ella
se encoge de hombros y responde:
—Decirle
la verdad de una vez por todas. Creo que las cervecitas
me
han ayudado.
—Ya
te digo si te han ayudado. Anda y tira para casa
—musito.
Una
vez salimos del restaurante, mientras Dexter se acomoda
en
el coche y PETER pliega la silla de ruedas, EUGE y NICO
se
marchan. Agneta, muy diva ella, sin despedirse se mete en el
deportivo
de PABLO. Qué tía más antipática.
PABLO,
que espera a que PETER termine, me mira y sonríe, consciente
de
que Dexter nos escucha. Como dice mi padre, ése
sabe
más que los ratones coloraos, y, cuando se despide de Graciela,
susurra:
—Ha
sido un placer, y lo de la cena sigue en pie. Mañana
hablamos.
¡Menudo
sinvergüenza!
Sin
necesidad de pedirle colaboración, ya está ayudando
para
pinchar a Dexter. Sin más, nos da un beso a Graciela y a mí
y
se marcha en su deportivo. Nosotras dos subimos al coche y,
en
silencio, los cuatro llegamos hasta nuestra casa.
Una
vez allí, Dexter, enfadado, se va a la habitación de la
planta
baja que se le ha asignado, y cuando Graciela se va a la
suya,
PETER me mira y, divertido, pregunta:
—¿Por
qué eres tan traviesa, pequeña?
—¡¿Yo!?
—Sí...
tú.
—¿Por
qué dices eso?
Acercándose
a mí, insiste:
—¿Qué
es eso de que Graciela juega y de que tú sabes que a
Dexter
le gusta esa mujer?
Divertida
por cómo me mira, respondo:
—Punto
uno: me lo ha confesado ella sin yo decir nada.
—Vaya,
qué confianzas —murmura, besándome el cuello.
—Y
punto dos: ¡es obvio! Sólo hay que mirar a Dexter
cuando
un hombre está cerca de Graciela para darse cuenta de
que
le importa y le molesta que se fijen en ella.
PETER
sonríe, me coge entre sus brazos y, tras darme un cálido
beso,
murmura a escasos centímetros de mi boca.
—¿Qué
te parece si jugamos un ratito tú y yo y nos dejamos
de
puntos?
Aprisionándome
contra la pared, le devuelvo el beso y
contesto:
—Encantada,
señor LANZANI.
No hay comentarios:
Publicar un comentario