viernes, 30 de octubre de 2015

CAPITULO 9

Al día siguiente quedamos para cenar con PABLO, EUGE y NICO
en Jokers, el restaurante del padre de PABLO. Dexter, Graciela,
PETER y yo, tras saludar al simpático Klaus, nos dirigimos hacia la
mesa que éste nos indica. Pedimos unas cervezas y comenzamos
a charlar.
—Oh, Dios, me encanta la cervecita de Los leones.
—¿La Löwenbräu? —pregunta PETER.
Graciela asiente y, tras beber un trago, responde:
—Hace muchos años, cuando yo vivía en Chile, tenía un vecino
cuyo padre era alemán y se hacía traer esta cerveza desde
aquí. Hum, ¡está buenísima!
Dexter con una enorme sonrisa al verla tan feliz, pregunta:
—¿Te pido otra?
—Me encantaría.
Los miro. Vaya dos patas para un banco.
Ambos se gustan, pero ninguno da el primer paso. Bueno,
Graciela lo ha dado y ahora es Dexter quien tiene que hacerlo.
Estoy convencida de que lo desea, pero lo frena su condición. Lo
que no entiendo es cómo es tan tonto. Sabe que ella conoce sus
limitaciones y aun así él le interesa. Sinceramente, no le
entiendo.
Cuando nos traen una nueva ronda de cervezas, brindamos y
el buen humor reina entre nosotros, como siempre. En ese
momento, veo que entra el guapísimo PABLO acompañado por
una mujer. ¿Quién será?
Él no nos ha visto todavía y puedo curiosear a gusto. La
mujer, como era de esperar, es un cañon. Alta, taconazos, sexy,
rubia y guapa, muy guapa.
Cuando su padre le advierte que lo esperamos y PABLO se da
la vuelta, nuestras miradas se encuentran y me guiña un ojo.
¡Qué gran amigo es!
—PETER, ha llegado tu amiguito —susurro divertida.
Mi rubio, al escucharme, se levanta de la mesa y, cuando
esos dos titanes a los que tanto quiero se encuentran, se dan un
largo y significativo abrazo. Se adoran. Acto seguido, PABLO me
abraza y murmura en mi oído:
—Bienvenida a casa, señora LANZANI.
Yo sonrío y observo cómo su acompañante me mira con
gesto poco amable. Por su actitud se ve que no se siente muy
feliz con esta cena. PABLO sigue su ronda de saludos y, tras
estrecharle la mano a Dexter y presentarle éste a Graciela,
pregunta:
—¿No han llegado EUGE y NICO?
—¡Estamos aquí! —dice pronto la voz de EUGE.
Al oírla, doy un salto y corro hacia ella. Mi loca amiga viene
dando saltitos y, tras abrazarnos, pregunta:
—¿Cómo va todo?
Separándome de ella, respondo:
—Genial. De momento no nos hemos matado.
EUGE sonríe y ahora es Andrés el que me abraza y me
achucha. Son todos tan cariñosos conmigo que no puedo parar
de sonreír. Veo que conocen a Graciela de cuando han viajado a
México.
Clavo la mirada en la rubia que, con cara de asquito, nos
observa desde un lateral de la mesa y le digo a PABLO:
—Haz el favor de ser caballeroso y presentarnos a tu
acompañante.
Él, que está emocionado por esta reunión, se acerca a la
desconocida y, cogiéndola por la cintura, dice:
—Agneta, te presento a mis amigos. PETER y su mujer LALI.
NICO y su mujer EUGE y Dexter y su novia Graciela.
Uy... Uy..., lo que ha dicho.
Me entra la risa sin poderlo remediar.
Y antes de que Dexter lo aclare, Graciela mira al guapísimo
PABLO y dice:
—No somos novios. Sólo soy su asistente personal.
PABLO al oír eso, mira sorprendido al mexicano, después a la
joven y, en español, para que Agneta no lo entienda, dice:
—Pues entonces, creo que tú y yo vamos a tener una cita.
Me parto. PABLO no desperdicia oportunidad y Graciela, con
una gracia que me descoloca, asiente.
—Estaré encantada de tenerla.
Vayaaaaaaaaaa con la chilena.
¡No quiero mirar a Dexter!
¡No debo hacerlo!
¡Pobrecito!
Pero al final, como soy una cotilla, ¡zas!, lo miro y veo cómo
la mandíbula se le cuadra, mientras se retira su oscuro pelo de
la cara. No dice nada y da un trago a su cerveza. Ay, pobre, me
da hasta pena.
Tras las presentaciones, todos nos sentamos y empezamos a
hablar. Klaus, el padre de PABLO rápidamente nos llena la mesa
de ricos manjares. Los ojos me hacen chiribitas mientras le
explico a Graciela un poco qué es todo aquello.
Uff... ¡qué hambre tengo, por favor!
—¿Sabes quién es ésa? —cuchichea EUGE con disimulo.
Yo la miro y, al ver que señala a la acompañante de PABLO,
pregunto:
—¿Quién?
—Esa chica trabaja en las noticias de la CNN aquí en Alemania.
Es presentadora de televisión.
—Vaya —susurro, mirándola con curiosidad.
Graciela, que es de buen comer, como yo, rápidamente se
lanza y, tras comerse una rica albóndiga, me mira y dice con su
dulce voz:
—¡Qué ricoooooooooooo!
Yo asiento. Esas albóndigas de carne picada están de muerte.
Dispuesta a que siga descubriendo cosas, cojo dos brezn y le
entrego uno.
—Prueba esta rosquilla salada mojada en esa salsa y verás.
—Los brenz de aquí son espectaculares —interviene EUGE,
que coge otro—. Ya verás.
Las tres mojamos las rosquillas, las masticamos y nuestros
exagerados gestos lo dicen todo. ¡Deliciosas!
Los chicos nos miran y sonríen. Pedimos más cerveza.
Comer da sed.
Mientras los hombres hablan, nosotras le damos buen uso a
nuestro paladar, hasta que, de pronto, la mirada de Agneta
llama mi atención y pregunto:
—¿No comes?
Ella niega con la cabeza y, arrugando la nariz, responde:
—Demasiada grasa para mí.
—Pues mira, ¡a más tocamos! —responde Graciela en
español y yo contengo la risa.
Creo que la cerveza le está comenzando a afectar.
EUGE, que está a nuestro lado, dice:
—Mujer, pero algo comerás.
Agneta con un gesto que me recuerda a no sé quién, la mira y
responde:
—He pedido una ensalada de rábanos y queso.
—¿Sólo comerás eso?
La rubia alemana asiente y, levantando el mentón, añade:
—Todo lo que coméis es un segundo en la boca y seis meses
en las caderas. Yo me debo a mi público, que quiere verme bella
y delgada.
Tiene razón.
Pero oye, ¡el segundo de la boca es la bomba! En cuanto a lo
segundo que ha dicho, prefiero no opinar. Ésta es tonta, pero
tonta... tonta.
Durante varios minutos, comemos y comemos y, de pronto,
me paro. ¡Ya sé a quién me recuerda la cara de Agneta!
Es igualita a un caniche llamado Fosqui que tuvo la Pachuca
cuando yo era pequeña. Me vuelvo a reír. No puedo remediarlo
y PETER, acercándose, me besa en el cuello y pregunta:
—¿Qué te da tanta risa?
No puedo decirle la verdad y respondo:
—Graciela. ¿Has visto qué contenta está?
PETER la mira, asiente y murmura:
Ambos asentimos y, acercándome a él, le doy un besito en la
punta de la nariz.
—Te quiero, señor LANZANI.
PETER sonríe y, tras ponerme un mechón de pelo tras la oreja,
dice:
—¿Sabes?
—¿Qué?
—Hace mucho tiempo que no discutimos y no me llamas una
cosa.
Al escucharlo suelto una carcajada y, al darme cuenta de a
qué se refiere, parpadeo y afirmo:
—Eso sólo lo diré cuanto te lo merezcas y ahora no te lo
mereces. Por lo tanto, ¡no! Me niego a darte ese placer.
—Me vuelve loco cuando me lo llamas.
—Lo sé —río divertida.
Me hace cosquillas en la cintura y pide:
—Venga, dímelo.
—No.
—Dímelo.
—Que no... que no te lo mereces ahora.
Me besuquea y, contenta como unas pascuas, finalmente
digo:
—Gilipollas.
PETER suelta una carcajada. Nos volvemos a besar. Dios...
cómo besa mi chicarrón.
—Esta ensalada no es la que yo he pedido —dice una voz
estridente.
PETER y yo regresamos a la realidad. Miramos a Agneta, que,
con cara de enfado, protesta:
—He pedido una ensalada de queso y...
—Esto es una ensalada de queso y rábanos —la corta PABLO,
mirándola.
La estrellita de la CNN mira el plato que tiene delante y,
adoptando una expresión más dulce, contesta:
—Ah, vale... sí tú lo dices, entonces me lo creo.
—¿Si te lo digo yo?
Acercándose a PABLO, que la mira algo alucinado, la rubia
murmura:
—Sí. Si me lo dices tú.
EUGE y yo nos miramos e intuyo que pensamos lo mismo. Es
tonta... pero tonta de remate.
Pero vamos a ver, qué poca personalidad. ¿Qué ha visto
PABLO en ella?
Bueno, vale, ya sé que es un bellezón y, conociendo los gustos
de mi amigo, la chica ha de ser, como poco, una fiera en la
cama. Pero hombre, no se la puede sacar sin bozal.
Todos seguimos comiendo y la conversación poco a poco se
normaliza. EUGE, al ser alemana como Agneta, intenta incluirla
en la conversación, pero ésta no está por la labor y se niega.
Tras los postres y las risas, Graciela le pide a la camarera:
—Póngame diez Löwenbräu para llevar.
Todos nos reímos, pero Dexter le dice a la mujer.
—Ni caso... Ni caso.
Graciela, al oírlo, lo mira y, apoyando un codo en la mesa y
la barbilla en la mano, pregunta:
—¿Por qué? ¿Por qué crees que no debería llevarme alguna
cervecita?
El mexicano, con una sonrisa cariñosa, responde:
Graciela suelta una carcajada. Desde hace rato, soy consciente
de que su timidez brilla por su ausencia y, antes de que
yo pueda pararla, se acerca más a Dexter y dice:
—Mala estoy de ver que no quieres nada conmigo, cuando
sería padrísimo que jugáramos juntos en tu habitación del
placer.
Guauuu, ¡Graciela está desatá!
—¡¿Cómo dices?! —pregunta él, totalmente descolocado.
—Sé que te gusto y mi comadre LALI también se ha dado
cuenta. No disimules, güeyyyyyyyyyy.
¡Toma ya!
EUGE me mira. Yo la miro.
PETER me mira. Yo lo miro.
PABLO me mira. Yo lo miro.
Todos me miran y, cuando Dexter, lo hace digo:
—A ver, Graciela se refiere a...
Pero no puedo continuar.
Graciela le coge la barbilla y, delante de todos, le da un
besazo de tornillo en toda regla que nos deja patidifusos.
Otra como mi hermana. ¡Joder con las sositas!
Cuando termina, sonríe y, a escasos centímetros de la cara
del mexicano, explica:
—Me refiero a esto, cielito lindo. Quiero dejar de jugar con
otros para hacerlo contigo.
Madre míaaaaaaaaaa... madre míaaaaaaaaaaaa...
No sé qué hacer.
Estoy bloqueada. Graciela no para de parpadear en dirección
a Dexter y él, mirándome, pregunta:
—¿A qué se refiere con lo de jugar?
Yo levanto las cejas y Dexter, alucinado, me entiende. La
mira boquiabierto y dice:
—Pero por el amor de Dios, ¿con quién juegas tú?
—Con mis amigos.
—¡¿Cómo?! —grita, demasiado alto.
Graciela, con muchas cervezas en el cuerpo, responde:
—Ya que tú no quieres hacerlo conmigo, me busco la vida.
Nadie se mueve.
Nadie sabe qué hacer hasta que PETER, tomando las riendas de
la situación, dice levantándose:
—Es tarde, creo que será mejor que regresemos a casa.
Todos nos ponemos en pie. Yo me acerco a Graciela y, al ver
que Dexter es el primero en moverse con su silla de ruedas, le
pregunto en voz baja:
—¿Qué estás haciendo, loca?
Ella se encoge de hombros y responde:
—Decirle la verdad de una vez por todas. Creo que las cervecitas
me han ayudado.
—Ya te digo si te han ayudado. Anda y tira para casa
—musito.
Una vez salimos del restaurante, mientras Dexter se acomoda
en el coche y PETER pliega la silla de ruedas, EUGE y NICO
se marchan. Agneta, muy diva ella, sin despedirse se mete en el
deportivo de PABLO. Qué tía más antipática.
PABLO, que espera a que PETER termine, me mira y sonríe, consciente
de que Dexter nos escucha. Como dice mi padre, ése
sabe más que los ratones coloraos, y, cuando se despide de Graciela,
susurra:
—Ha sido un placer, y lo de la cena sigue en pie. Mañana
hablamos.
¡Menudo sinvergüenza!
Sin necesidad de pedirle colaboración, ya está ayudando
para pinchar a Dexter. Sin más, nos da un beso a Graciela y a mí
y se marcha en su deportivo. Nosotras dos subimos al coche y,
en silencio, los cuatro llegamos hasta nuestra casa.
Una vez allí, Dexter, enfadado, se va a la habitación de la
planta baja que se le ha asignado, y cuando Graciela se va a la
suya, PETER me mira y, divertido, pregunta:
—¿Por qué eres tan traviesa, pequeña?
—¡¿Yo!?
—Sí... tú.
—¿Por qué dices eso?
Acercándose a mí, insiste:
—¿Qué es eso de que Graciela juega y de que tú sabes que a
Dexter le gusta esa mujer?
Divertida por cómo me mira, respondo:
—Punto uno: me lo ha confesado ella sin yo decir nada.
—Vaya, qué confianzas —murmura, besándome el cuello.
—Y punto dos: ¡es obvio! Sólo hay que mirar a Dexter
cuando un hombre está cerca de Graciela para darse cuenta de
que le importa y le molesta que se fijen en ella.
PETER sonríe, me coge entre sus brazos y, tras darme un cálido
beso, murmura a escasos centímetros de mi boca.
—¿Qué te parece si jugamos un ratito tú y yo y nos dejamos
de puntos?
Aprisionándome contra la pared, le devuelvo el beso y
contesto:

—Encantada, señor LANZANI.

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