Quince
minutos después, los tres en el Mitsubishi de PETER nos dirigimos hacia el
polideportivo de Oberföhring. Cuando llegamos y PETER para el motor del coche,
Flyn sale escopetado y desaparece. Yo miro inquieta a PETER, pero éste dice,
cogiendo su bolsa de deporte:
—No
te preocupes. Flyn conoce el polideportivo muy bien.
Un
poco más tranquila, le pregunto mientras caminamos:
—¿Te
has dado cuenta de cómo me mira tu sobrino?
—¿Recuerdas
cómo me miraba al principio tu sobrina? —responde PETER. Eso me hace sonreír, y
él añade—: Flyn es un niño. Sólo tienes que ganártelo como yo me gané a Luz.
—Vale...,
tienes razón. Pero no sé por qué me da que tu sobrino es como su tío, ¡un hueso
duro de roer!
PETER
suelta una carcajada. Se para, me mira y, acercándose a mí, se agacha para
estar a mi altura y murmura:
—Si
no estuviera castigado, en este mismo instante te besaría. Pondría mi boca
sobre la tuya y te devoraría los labios con auténtico deleite. Después te
metería en el coche, te arrancaría la ropa y te haría el amor con verdadera
devoción. Pero, para mi desgracia, me tienes castigado y sin ninguna
probabilidad de hacer nada de lo que deseo.
Mi
corazón late desbocado. Tun-tun... Tun-tun...
¡Diosssssssssssss,
cómo me ha puesto lo que acaba de decir!, y cuando estoy dispuesta a besarlo,
de pronto oigo:
—¡LALI!
¡PETER!
Miro
a mi derecha y veo aparecer a EUGE y NICO con el pequeño Glen. Ni que decir
tiene que nos fundimos en unos efusivos abrazos.
—¿Tú
también juegas al baloncesto? —pregunto mirando a Andrés.
El
divertido médico me guiña el ojo.
—Soy
lo mejor que tiene este equipo —cuchichea, y todos sonreímos.
Cuando
llegamos a los vestuarios, EUGE y NICO se besan.
¡Qué
monos!
PETER
me mira con deseo, pero no se acerca a mí.
—Ve
con EUGE, cielo. Te veo después del partido —indica antes de desaparecer tras
la puerta.
¡Dios
mío, quiero que me beseeeeeeeeeeeeeeeeeeee! Pero no. No lo hace.
Cuando
la puerta se cierra, mi cara de tonta debe de ser tal que EUGE pregunta:
—¿No
me digas que aún lo tienes castigado?
Como
una boba, asiento, y mi amiga suelta una risotada.
—Anda...,
vayamos a las gradas a animar a nuestros chicos. Por cierto, me encantan tus
botas. ¡Son preciosas y sexies!
Sumida
en mis pensamientos, sigo a EUGE. Llegamos hasta una puerta y al abrirla ante
mí aparece una bonita pista de baloncesto. Ahí está Flyn, sentado en unas
gradas amarillas jugando con su PSP. Al vernos llegar se levanta y sin
saludarnos va directo hacia Glen. El pequeño le gusta. Nos sentamos, y Flyn le
pide a EUGE que le deje al niño. Ella lo hace y durante unos minutos observo
cómo pone caritas para que el pequeño Glen sonría.
La
pista se va llenando de gente y de pronto Flyn le entrega el niño a su madre y
se va y se sienta varias gradas más abajo que nosotras.
—¿Qué
tal con Flyn? —inquiere EUGE, mirándome.
Antes
de responder, me encojo de hombros.
—Sinceramente,
creo que no le he caído bien. No ha querido jugar conmigo y apenas me habla.
¿Es siempre así, o sólo es conmigo?
EUGE
se ríe.
—Es
un buen niño, pero no es muy comunicativo. Fíjate que yo lo conozco de toda la
vida y con él no habré cruzado más de diez palabras. Es un loco de las
maquinitas y los juegos. Eso sí, cuando ve a Glen es todo sonrisas. —De pronto,
se calla un instante y luego murmura—: ¡Uf, qué peste! Voy un momento al baño a
cambiarle el pañal a esta pequeña mofetilla o moriremos todos con este olor.
—¿Quieres
que te acompañe?
—No,
LALI. Quédate aquí. No tardaré.
Cuando
se marcha, observo que Flyn se percata de que me quedo sola. Le sonrío
invitándolo a sentarse conmigo, pero él se resiste. No se mueve y me doy por
vencida. Cinco minutos después entra un grupo de mujeres de mi edad, todas
monísimas y perfumadas a más no poder. Se sientan justo delante de mí. Parecen
muy animadas mientras hablan sobre una peluquería, hasta que los jugadores
salen a calentar y me quedo boquiabierta al reconocer al que va hablando con
PETER y NICO. ¡Es PABLO!
Me
entran los calores de la muerte. En la pista, a pocos metros de mí, está el
hombre al que adoro con toda mi alma, junto a otros dos con los que me ha
compartido en la cama. ¡Uf, qué calor y qué bochorno! Disimulo y me doy aire
con la mano mientras no sé dónde mirar.
Cuando
consigo que mi corazón deje de latir a dos mil por hora, miro a la pista y me
vuelvo a poner roja como un tomate cuando veo que los tres hombres me miran y
me saludan. Con timidez, levanto la mano y les respondo. Las mujeres que hay
delante de mí creen que es a ellas a quienes se dirigen y cuchichean como
gallinas mientras saludan entusiasmadas.
Soy
consciente de que no puedo apartar mi mirada de mi Iceman particular. Es tan
sexy... Él me mira, bota el balón, me guiña el ojo, y yo sonrío como una boba.
¡Dios...!, está tan estupendo de amarillo y blanco que estoy por gritarle
«¡Guapo, guapo y guapo!» desde mi posición.
Flyn
se acerca hasta su tío, y éste, contento, le tira el balón. El niño ríe, y
PABLO lo coge entre sus brazos y le da una voltereta. Durante unos segundos, el
pequeño es el centro de los juegos de los hombres y está feliz. Le cambia el
gesto y, por primera vez, le veo sonreír como un niño de su edad.
Cuando
Flyn se retira y se sienta en el banquillo, observo orgullosa cómo PETER se
mueve por la pista. Nunca lo había imaginado en el papel de deportista, y sólo
puedo pensar
que
¡me encanta! Durante unos minutos disfruto de lo que veo mientras de forma
involuntaria oigo decir a una de las mujeres que está sentada delante de mí:
—Vaya,
vaya... Hoy juega el hombre al que deseo en mi cama.
—Y
yo en la mía —salta otra.
Todas
se ríen, y yo con disimulo también. Este tipo de comentarios entre mujeres de
colegueo es de lo más normal. Todo es divertido y disfruto del momento, hasta
que otra exclama:
—¡Oh,
Dios! PETER cada día está mejor. ¿Habéis visto sus piernas? —De nuevo, todas
ríen, y la rubia idiota, porque no tiene otro nombre, añade—: Aún tengo el
recuerdo de la noche que pasé con él. Fue colosal.
La
sangre se me espesa.
Toc...
Toc... Los celos llaman a mi puerta.
Pensar
que PETER ha compartido noche y sexo con ésa no me hace ninguna gracia y, sobre
todo, me pregunto si el encuentro ha tenido lugar hace poco.
—Lora,
pero si eso fue hace más de un año. ¿Cómo lo puedes recordar todavía?
¡Uf!,
estoy por aplaudir cuando escucho eso.
PETER
tuvo algo con ésa antes de conocerme a mí. Eso no se lo puedo reprochar. Yo
también tuve mis cosas con otros hombres antes de estar con él.
—Gina,
sólo te diré que PETER es un hombre que deja huella —responde la tal Lora, y
todas sonríen, yo incluida.
Durante
un rato oigo cómo las mujeres dejan al descubierto lo que piensan de todos y cada
uno de los hombres que están en la pista calentando. Para todos tienen palabras
estupendas, incluso para el marido de Gina. Cuando la tal Lora menciona a NICO
y después a PABLO me percato de que le da igual uno que otro. Su manera de
hablar de ellos me permite deducir lo que busca: sexo.
—Lora
—ríe Gina—, si quieres repetir con PETER, sólo tienes que ganarte al chinito.
Todas sabemos que ese monstruito es su debilidad.
La
tal Lora arruga la nariz al mirar a Flyn. Se retira su melenaza rubia y
estirándose murmura:
—Para
lo que yo quiero a PETER, no necesito ganarme a nadie que no sea él.
Mi
indignación está por todo lo alto. Están hablando de mi chico y yo estoy aquí,
escuchando lo que dicen. De repente, aparece EUGE con el pequeño Glen y se
sienta a mi lado.
—¡Hola,
chicas! —saluda.
Las
cuatro mujeres miran hacia atrás y sonríen. Entre ellas se besuquean, hasta que
EUGE decide incluirme en el grupo.
—Chicas,
os presento a LALI, la novia de PETER.
La
cara de las mujeres, en especial de la rubia de la melenaza, es todo un poema.
¡Vaya
sorpresa se ha llevado!
EUGE
ha dicho que soy su novia, algo que le he prohibido a PETER mencionar, pero que
en este momento quiero que quede muy claro ante éstas. ¡Soy su novia, y él es
mío!
Dispuesta
a comenzar con buen pie con ellas, a pesar de los comentarios, decido hacerme
la sorda y, encantada de la vida, las saludo. A partir de este instante,
ninguna vuelve a mencionar a PETER.
El
partido comienza, y yo decido centrarme en mi chico. Lo veo correr de un lado a
otro de la cancha, y eso me emociona. Pero el baloncesto no es lo mío. Entiendo
lo justo, y EUGE me pone al día. NICO juega de base y PETE, de alero, y
rápidamente soy consciente
de
que su posición es importante por la combinación de altura y velocidad. Aplaudo
cada vez que encesta canastas de tres puntos e inicia algún contraataque. ¡Oh
Dios, mi chico es tan sexy...!
Durante
el descanso, observo con disimulo cómo la tal Lora lo mira. Busca su atención,
pero en ningún momento la encuentra. PETER está concentrado en lo que habla con
sus compañeros, y eso me gusta. Me enloquece ver cómo se entrega a algo que de
pronto sé que le fascina.
Divertida,
aplaudo como una posesa cuando el juego se reanuda y, junto a EUGE, entro
totalmente en el partido, de modo que cuando me quiero dar cuenta el encuentro
finaliza y nuestros chicos ganan por doce puntos. ¡Olé y olé!
Feliz
de la vida, observo desde mi posición cómo Flyn corre para abrazar a su tío, y
éste sonríe, encantado, alzándolo entre sus brazos. Todo el mundo comienza a
moverse de sus asientos.
—Ven...
—dice EUGE—, vamos.
Segura
de lo que quiero hacer, llego hasta la pista junto al resto de las mujeres y
observo que PETER se sienta, empapado en sudor y se pone una chaqueta de
deporte. Su habitual gesto serio ha vuelto a su rostro, y eso me hace aletear
el corazón. Definitivamente, ¡soy masoquista!
De
pronto soy consciente de que Lora y la que está junto a ella cuchichean y miran
a mi Iceman. E incapaz de no hacer nada, decido entrar en acción para dejarles
las cosas claritas de una vez por todas. Camino hacia PETER y, sin cortarme un
pelo, me siento sobre él y, ante su cara de sorpresa, acerco mi boca a la suya
y lo beso. Lo beso con desesperación, con pasión y con gusto. Él, sorprendido
en un principio, me deja hacer y finalmente, susurra con voz ronca a escasos
centímetros de mi boca:
—Vaya...,
pequeña, si lo sé te traigo antes a una cancha de baloncesto. —Excitada sonrío,
y él pregunta—: ¿Esto significa el fin del castigo?
Asiento.
Él cierra los ojos. Inspira por la nariz y me vuelve a besar.
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