La
llegada al aeropuerto Franz Josef Strauss Internacional de
Múnich
se hace en el tiempo previsto y sin complicaciones.
Cuando
bajamos del avión, PETER se entretiene hablando con el
piloto
y veo a Norbert con el coche. Flyn corre hacia él al verle y
se
tira a sus brazos. Me encanta ver cómo el hombre sonríe de
felicidad
al ver al muchachito.
Una
vez que el pequeño se mete en el coche con Graciela y
Dexter,
yo miro a Norbert con complicidad y le doy un abrazo.
Como
siempre, se queda más tieso que un palo, pero no me
importa,
yo lo abrazo igualmente y lo oigo decir emocionado:
—Qué
alegría tenerla de nuevo en casa, señora.
Sonrío.
He pasado de ser la señorita LALI a ¡la señora!
—Norbert,
¿no quedamos en que me llamarías por mi
nombre?
El
hombre asiente con la cabeza y, tras saludar a PETER con un
apretón
de manos, añade:
—Eso
es cosa de mi mujer, señora. Que, por cierto, está
como
loca por tenerla de nuevo en casa.
Cuando
tenemos ya el equipaje, Norbert lo mete en el
maletero
del coche mientras PETER me agarra de la cintura con
actitud
posesiva, me da un beso y murmura:
—De
nuevo estás en mi terreno, pequeña.
Su
gesto es divertido y, pellizcándole la cintura, aclaro:
—Perdona,
bonito, pero éste es mi terreno ahora también.
Divertidos,
nos subimos al coche para dirigirnos a nuestra
casa.
Nuestro hogar. En el camino, Graciela mira por la
ventanilla
con curiosidad y, mientras los hombres bromean con
el
pequeño Flyn, yo le explico por dónde pasamos.
PETER
sonríe satisfecho al ver que sé manejarme tan bien por
Múnich
y yo le guiño un ojo.
Al
llegar a la casa, Norbert le da al mando a distancia del
coche
y la verja color acero se abre. Una vez cruzamos el bonito
jardín,
veo en la puerta principal a Simona, junto a Susto
y
Calamar.
La
mujer sonríe radiante y corre hacia el coche junto con los
perros.
Emocionada,
antes de que el coche pare, abro la puerta y me
bajo
como una loca. Susto y
Calamar se abalanzan sobre
mí y
yo
los besuqueo mientras ellos saltan y ladran de felicidad.
Segundos
después, mi mirada se cruza con la de Simona, ¡mi
Simona!,
y me fundo en un caluroso abrazo con ella.
Pero
de pronto, noto que alguien me coge por el brazo y tira
de
mí. Al mirar, me encuentro con el gesto ofuscado de PETER.
¿Qué
le pasa?
—¿Te
has vuelto loca?
Sorprendida
por su seriedad y, en especial, por el tono de su
voz,
pregunto:
—¿Por
qué? ¿Qué pasa?
Flyn,
que se tira en tromba para abrazar a Simona, dice
desde
sus brazos:
—Tía
LALI, no puedes abrir la puerta con el coche en marcha.
Eso
es peligroso.
En
ese momento soy consciente de que lo que dicen es verdad.
Mi
impulsividad me ha vuelto a jugar una mala pasada.
Horrorizada,
parpadeo. PETER ni se mueve. Qué mal ejemplo soy
para
Flyn y, mirando a mi enfadado alemán, murmuro mientras
Susto le pide que lo salude:
—Lo
siento, PETER. No me he dado cuenta. He visto a Simona
y...
El
gesto de mi chico se relaja y, pasándome la mano por la
cara,
susurra:
—Lo
sé, cariño. Pero por favor, ten más cuidado, ¿vale?
Sonrío
y, abrazándome a él, suspiro.
—Te
lo prometo, pero ahora, sonríe, por favor.
No
duda en hacerlo. Su expresión vuelve a ser risueña y,
dándome
un beso en los labios, murmura:
—Te
lo haré pagar en cuanto estemos a solas.
Con
gesto pícaro, lo miro y cuchicheo antes de que Graciela
llegue
a nuestra altura:
—Guauuu...
esto se pone interesante.
Después
de soltar una carcajada, PETER saluda a unos enloquecidos
Susto y Calamar.
¡Qué
emocionados están mis perretes de vernos de nuevo!
Cuando
PETER, junto con Flyn, se agacha y los abraza, mi
corazoncito
late desbordado. Si les llegan a decir eso hace un
año,
ninguno de estos dos duros alemanes se lo hubieran creído.
Pero
ahí están, tío y sobrino prodigando mil cariños a nuestras
dos
mascotas.
Cuando
Flyn corre hacia un lateral del jardín, los perros se
van
tras él y, mientras Norbert saca las maletas, PETER hace lo
mismo
con la silla de ruedas de Dexter y, una vez abierta, el
mexicano
se sienta en ella.
—LALI,
¡qué contenta estoy de verte!
—Y
yo de verte a ti, Simona. Lo creas o no, te he echado de
menos.
La
mujer sonríe y, al ver que Graciela está a nuestro lado, se
la
presento:
—Simona,
te presento a Graciela.
—Encantada,
señorita Graciela.
—Por
favor, Simona —dice la joven en alemán—, me sentiría
más
cómoda si me tutearas, como a LALI.
La
historia se repite.
Está
visto que a las chicas criadas en familias de clase media,
eso
de «señorita» nos incomoda y, mirando con complicidad a
Simona,
digo:
—Ya
sabes, el señorita lo podemos obviar.
—Ahorita
mismo evítalo, ¿vale, Simona? —insiste Graciela.
La
mujer sonríe y, de pronto, exclama sorprendida:
—¡Hablas
como la protagonista de Locura Esmeralda!
Al
oír ese nombre, Graciela nos mira.
—¿Veis
Locura Esmeralda en
Alemania?
Simona
y yo asentimos y ella insiste:
—¿En
serio?
—Totalmente
en serio, Graciela —respondo.
Me
río por no llorar.
Todavía
no entiendo cómo me he podido enganchar a un
culebrón
así y añado:
—No
veas el enganche que tenemos con Esmeralda Mendoza
y
Luis Alfredo Quiñones. Qué disgusto cuando le disparan en el
último
capítulo. No morirá, ¿verdad?
Graciela
niega con la cabeza y Simona y yo suspiramos
agradecidas.
¡Menos mal!
—Es
la telenovela más exitosa de México. Allí ya finalizó la
segunda
temporada.
—Aquí
anuncian que el 23 de septiembre comienza de
nuevo.
—Pero
¿qué me dices? —exclamo emocionada.
Simona
asiente feliz y Graciela añade:
—En
México la han repetido un par de veces. Esmeralda
Mendoza
se ganó el corazoncito de todas las mexicanas por su
carácter
combativo.
Simona
y yo asentimos. Ese mismo efecto está ocasionando
en
las alemanas.
—Simona,
¿cómo estás, bella mujer? —pregunta Dexter.
Encantada
por nuestro regreso, la mujer lo mira y responde:
—Estupendamente
bien, señor Ramírez. ¡Bienvenido! —Y,
señalando
a Graciela, añade—: Déjeme decirle que su prometida,
o
su mujer, es preciosa.
Juas...
y rejuás, ¡lo que ha dicho Simona!
Al
oír eso, Dexter se paraliza. Graciela se pone roja como un
tomate
y yo, como soy una bruja, no desmiento nada cuando
Simona,
guiñándole con complicidad un ojo a Dexter, afirma
convencida:
—Ha
sabido usted elegir muy bien, señor.
PETER
sonríe ante mi silencio. Cómo me conoce mi alemán.
Pero
Dexter, dispuesto a aclarar lo que yo no he querido aclarar,
dice:
—Gracias,
pero tengo que decirle que Graciela sólo es mi
asistente
personal.
Simona
lo mira, después mira a la muchacha y, al ver su cara
de
apuro, junta las manos y ruega perdón.
—Disculpe,
señor, mi indiscreción.
—No
pasa nada, Simona —sonríe Dexter.
Todos
entramos en la casa y, cuando llegamos al salón, oigo
que
Simona le pregunta a Graciela:
—¿Estás
soltera?
—Sí.
La
mujer la mira. Luego me guiña un ojo y dice:
—Te
aseguro que en Alemania te saldrán mil pretendientes.
Las
morenas gustáis mucho por estos lugares.
La
cara de Dexter al oír eso es todo un poema y yo, sin
poderlo
remediar, miro hacia otro lado para que no me vea reír.
Está
claro que se va a tener que aclarar con esa chilena de una
vez
por todas.
Por
la tarde aparecen Sonia, la madre de PETER, y Marta, su
hermana,
con su novio Arthur. Al verlos, Flyn corre hacia ellos y
los
abraza. Observo la cara de Sonia, que disfruta de ese contacto
tan
cercano con su nieto, mientras Marta, divertida, lo
coge
en brazos y da vueltas con él. Nunca han estado tanto
tiempo
separadas del niño y su reencuentro las emociona.
Como
es de suponer, al ver a Graciela las dos piensan lo
mismo
que ha pensado Simona y Dexter vuelve a aclarar que la
joven
no es ni su prometida, ni su mujer.
Le
pregunto a Sonia por Trevor y ella, acercándose a mí,
murmura:
—Hemos
roto. —Y antes de que yo diga nada, añade—: Yo no
quiero
ataduras a mi edad. ¡Será por hombres!
Asiento
y me río. Mi suegra nunca para de sorprenderme.
¡Es
la bomba!
Durante
horas, todos hablamos con familiaridad alrededor
de
la mesa, mientras tomamos algo y PETER y yo enseñamos
nuestras
fotos de la luna de miel.
Bueno,
todas no. Hay unas que nos reservamos sólo para él y
para
mí. Son demasiado íntimas.
Al
saber que Graciela está soltera, Marta rápidamente la
invita
a salir una noche de juerga y yo me apunto. Estoy
deseando
ir al Guantanamera para ver a mis amigos, bailar salsa
y
gritar «¡Azúcar!».
PETER
me mira y en sus ojos veo que eso no le hace ninguna
gracia,
pero no pienso dejar de salir con los amigos por el simple
hecho
de ser la señora LANZANI. ¡Ni de coña!
Regresar
de nuevo a la rutina significa volver a aclararlo
todo.
Una cosa ha sido toda la vorágine de la boda y la luna de
miel
y otra muy diferente el día a día. Y aunque adoro a mi marido
y
él me adora a mí, sé que vamos a chocar. Y lo sé ya sólo
con
esa simple miradita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario