jueves, 29 de octubre de 2015

CAPITULO 8

La llegada al aeropuerto Franz Josef Strauss Internacional de
Múnich se hace en el tiempo previsto y sin complicaciones.
Cuando bajamos del avión, PETER se entretiene hablando con el
piloto y veo a Norbert con el coche. Flyn corre hacia él al verle y
se tira a sus brazos. Me encanta ver cómo el hombre sonríe de
felicidad al ver al muchachito.
Una vez que el pequeño se mete en el coche con Graciela y
Dexter, yo miro a Norbert con complicidad y le doy un abrazo.
Como siempre, se queda más tieso que un palo, pero no me
importa, yo lo abrazo igualmente y lo oigo decir emocionado:
—Qué alegría tenerla de nuevo en casa, señora.
Sonrío. He pasado de ser la señorita LALI a ¡la señora!
—Norbert, ¿no quedamos en que me llamarías por mi
nombre?
El hombre asiente con la cabeza y, tras saludar a PETER con un
apretón de manos, añade:
—Eso es cosa de mi mujer, señora. Que, por cierto, está
como loca por tenerla de nuevo en casa.
Cuando tenemos ya el equipaje, Norbert lo mete en el
maletero del coche mientras PETER me agarra de la cintura con
actitud posesiva, me da un beso y murmura:
—De nuevo estás en mi terreno, pequeña.
Su gesto es divertido y, pellizcándole la cintura, aclaro:
—Perdona, bonito, pero éste es mi terreno ahora también.
Divertidos, nos subimos al coche para dirigirnos a nuestra
casa. Nuestro hogar. En el camino, Graciela mira por la
ventanilla con curiosidad y, mientras los hombres bromean con
el pequeño Flyn, yo le explico por dónde pasamos.
PETER sonríe satisfecho al ver que sé manejarme tan bien por
Múnich y yo le guiño un ojo.
Al llegar a la casa, Norbert le da al mando a distancia del
coche y la verja color acero se abre. Una vez cruzamos el bonito
jardín, veo en la puerta principal a Simona, junto a Susto y
Calamar.
La mujer sonríe radiante y corre hacia el coche junto con los
perros.
Emocionada, antes de que el coche pare, abro la puerta y me
bajo como una loca. Susto y Calamar se abalanzan sobre mí y
yo los besuqueo mientras ellos saltan y ladran de felicidad.
Segundos después, mi mirada se cruza con la de Simona, ¡mi
Simona!, y me fundo en un caluroso abrazo con ella.
Pero de pronto, noto que alguien me coge por el brazo y tira
de mí. Al mirar, me encuentro con el gesto ofuscado de PETER.
¿Qué le pasa?
—¿Te has vuelto loca?
Sorprendida por su seriedad y, en especial, por el tono de su
voz, pregunto:
—¿Por qué? ¿Qué pasa?
Flyn, que se tira en tromba para abrazar a Simona, dice
desde sus brazos:
—Tía LALI, no puedes abrir la puerta con el coche en marcha.
Eso es peligroso.
En ese momento soy consciente de que lo que dicen es verdad.
Mi impulsividad me ha vuelto a jugar una mala pasada.
Horrorizada, parpadeo. PETER ni se mueve. Qué mal ejemplo soy
para Flyn y, mirando a mi enfadado alemán, murmuro mientras
Susto le pide que lo salude:
—Lo siento, PETER. No me he dado cuenta. He visto a Simona
y...
El gesto de mi chico se relaja y, pasándome la mano por la
cara, susurra:
—Lo sé, cariño. Pero por favor, ten más cuidado, ¿vale?
Sonrío y, abrazándome a él, suspiro.
—Te lo prometo, pero ahora, sonríe, por favor.
No duda en hacerlo. Su expresión vuelve a ser risueña y,
dándome un beso en los labios, murmura:
—Te lo haré pagar en cuanto estemos a solas.
Con gesto pícaro, lo miro y cuchicheo antes de que Graciela
llegue a nuestra altura:
—Guauuu... esto se pone interesante.
Después de soltar una carcajada, PETER saluda a unos enloquecidos
Susto y Calamar.
¡Qué emocionados están mis perretes de vernos de nuevo!
Cuando PETER, junto con Flyn, se agacha y los abraza, mi
corazoncito late desbordado. Si les llegan a decir eso hace un
año, ninguno de estos dos duros alemanes se lo hubieran creído.
Pero ahí están, tío y sobrino prodigando mil cariños a nuestras
dos mascotas.
Cuando Flyn corre hacia un lateral del jardín, los perros se
van tras él y, mientras Norbert saca las maletas, PETER hace lo
mismo con la silla de ruedas de Dexter y, una vez abierta, el
mexicano se sienta en ella.
—LALI, ¡qué contenta estoy de verte!
—Y yo de verte a ti, Simona. Lo creas o no, te he echado de
menos.
La mujer sonríe y, al ver que Graciela está a nuestro lado, se
la presento:
—Simona, te presento a Graciela.
—Encantada, señorita Graciela.
—Por favor, Simona —dice la joven en alemán—, me sentiría
más cómoda si me tutearas, como a LALI.
La historia se repite.
Está visto que a las chicas criadas en familias de clase media,
eso de «señorita» nos incomoda y, mirando con complicidad a
Simona, digo:
—Ya sabes, el señorita lo podemos obviar.
—Ahorita mismo evítalo, ¿vale, Simona? —insiste Graciela.
La mujer sonríe y, de pronto, exclama sorprendida:
—¡Hablas como la protagonista de Locura Esmeralda!
Al oír ese nombre, Graciela nos mira.
—¿Veis Locura Esmeralda en Alemania?
Simona y yo asentimos y ella insiste:
—¿En serio?
—Totalmente en serio, Graciela —respondo.
Me río por no llorar.
Todavía no entiendo cómo me he podido enganchar a un
culebrón así y añado:
—No veas el enganche que tenemos con Esmeralda Mendoza
y Luis Alfredo Quiñones. Qué disgusto cuando le disparan en el
último capítulo. No morirá, ¿verdad?
Graciela niega con la cabeza y Simona y yo suspiramos
agradecidas. ¡Menos mal!
—Es la telenovela más exitosa de México. Allí ya finalizó la
segunda temporada.
—Aquí anuncian que el 23 de septiembre comienza de
nuevo.
—Pero ¿qué me dices? —exclamo emocionada.
Simona asiente feliz y Graciela añade:
—En México la han repetido un par de veces. Esmeralda
Mendoza se ganó el corazoncito de todas las mexicanas por su
carácter combativo.
Simona y yo asentimos. Ese mismo efecto está ocasionando
en las alemanas.
—Simona, ¿cómo estás, bella mujer? —pregunta Dexter.
Encantada por nuestro regreso, la mujer lo mira y responde:
—Estupendamente bien, señor Ramírez. ¡Bienvenido! —Y,
señalando a Graciela, añade—: Déjeme decirle que su prometida,
o su mujer, es preciosa.
Juas... y rejuás, ¡lo que ha dicho Simona!
Al oír eso, Dexter se paraliza. Graciela se pone roja como un
tomate y yo, como soy una bruja, no desmiento nada cuando
Simona, guiñándole con complicidad un ojo a Dexter, afirma
convencida:
—Ha sabido usted elegir muy bien, señor.
PETER sonríe ante mi silencio. Cómo me conoce mi alemán.
Pero Dexter, dispuesto a aclarar lo que yo no he querido aclarar,
dice:
—Gracias, pero tengo que decirle que Graciela sólo es mi
asistente personal.
Simona lo mira, después mira a la muchacha y, al ver su cara
de apuro, junta las manos y ruega perdón.
—Disculpe, señor, mi indiscreción.
—No pasa nada, Simona —sonríe Dexter.
Todos entramos en la casa y, cuando llegamos al salón, oigo
que Simona le pregunta a Graciela:
—¿Estás soltera?
—Sí.
La mujer la mira. Luego me guiña un ojo y dice:
—Te aseguro que en Alemania te saldrán mil pretendientes.
Las morenas gustáis mucho por estos lugares.
La cara de Dexter al oír eso es todo un poema y yo, sin
poderlo remediar, miro hacia otro lado para que no me vea reír.
Está claro que se va a tener que aclarar con esa chilena de una
vez por todas.
Por la tarde aparecen Sonia, la madre de PETER, y Marta, su
hermana, con su novio Arthur. Al verlos, Flyn corre hacia ellos y
los abraza. Observo la cara de Sonia, que disfruta de ese contacto
tan cercano con su nieto, mientras Marta, divertida, lo
coge en brazos y da vueltas con él. Nunca han estado tanto
tiempo separadas del niño y su reencuentro las emociona.
Como es de suponer, al ver a Graciela las dos piensan lo
mismo que ha pensado Simona y Dexter vuelve a aclarar que la
joven no es ni su prometida, ni su mujer.
Le pregunto a Sonia por Trevor y ella, acercándose a mí,
murmura:
—Hemos roto. —Y antes de que yo diga nada, añade—: Yo no
quiero ataduras a mi edad. ¡Será por hombres!
Asiento y me río. Mi suegra nunca para de sorprenderme.
¡Es la bomba!
Durante horas, todos hablamos con familiaridad alrededor
de la mesa, mientras tomamos algo y PETER y yo enseñamos
nuestras fotos de la luna de miel.
Bueno, todas no. Hay unas que nos reservamos sólo para él y
para mí. Son demasiado íntimas.
Al saber que Graciela está soltera, Marta rápidamente la
invita a salir una noche de juerga y yo me apunto. Estoy
deseando ir al Guantanamera para ver a mis amigos, bailar salsa
y gritar «¡Azúcar!».
PETER me mira y en sus ojos veo que eso no le hace ninguna
gracia, pero no pienso dejar de salir con los amigos por el simple
hecho de ser la señora LANZANI. ¡Ni de coña!
Regresar de nuevo a la rutina significa volver a aclararlo
todo. Una cosa ha sido toda la vorágine de la boda y la luna de
miel y otra muy diferente el día a día. Y aunque adoro a mi marido
y él me adora a mí, sé que vamos a chocar. Y lo sé ya sólo

con esa simple miradita.

No hay comentarios:

Publicar un comentario