5
Al día siguiente, en el desayuno, no veo a Graciela. ¿Dónde se ha
metido?
Me duele el vientre. La puñetera regla me fastidia cuando
viene y cuando se va. ¡Es así de graciosa ella!
Al oír mi gemido, PETER frunce el cejo. Sabe que estoy mal y
respeta mi silencio. Por su integridad física, ha aprendido a
hacerlo.
Somos los primeros en llegar al jet privado y, al subirme al
avión, me espachurro en uno de los cómodos sillones y me tomo
un calmante. Necesito que se me pase este maldito dolor.
No hablo. Si lo hago, me duele más.
PETER se sienta a mi lado, me toca la cabeza y dice:
—Odio saber que te duele y no poder hacer nada.
—Más lo odio yo —respondo de lo más borde.
Pobrecito. Me da pena su cara y, acurrucándome contra él,
susurro:
—Tranquilo, cariño. Pronto se me pasará y no me dolerá
hasta el mes que viene.
Sin más, mi rubio me abraza y, dolorida, caigo en los brazos
de Morfeo.
Cuando me despierto, volamos y estoy sola en el asiento.
PETER está sentado con Dexter y VICTORIO, pero en cuanto me
muevo, ya está a mi lado.
—Hola, pequeña. ¿Cómo estás?
Parpadeo y me doy cuenta de que mi dolor ha desaparecido.
—En este instante perfecta. No me duele.
Ambos sonreímos y él añade:
—Vaya sueñecito que te has pegado.
—¿He dormido mucho?
Divertido, me pasa la mano por el pelo y, besándome la
frente, contesta:
—Tres horas.
—¡¿Tres horas?!
—Sí, cariño —ríe mi chico.
Sorprendida por la siesta, voy a decir algo cuando pregunta:
—¿Quieres comer?
Asiento. He dormido como un oso polar y tengo hambre.
En ese momento, se abre la puerta del baño y sale Graciela.
Al verme, se le iluminan los ojos y rápidamente se sienta a mi
lado. PETER dice:
—Le diré a la azafata que os traiga algo de comer a las dos.
Asentimos y, cuando nos quedamos solas, ella murmura con
disimulo:
—Dexter me ha preguntado dónde estuve anoche.
—¿Y qué le has dicho?
—Que cenando con un amigo.
Al recordar su cita morbosa, pregunto:
—¿Fue bien tu encuentro con la parejita con la que
quedaste?
Graciela sonríe, asiente y responde en voz baja:
—Se asombraron al ver mi nuevo aspecto y lo pasamos muy
bien.
Sin poder evitarlo, soltamos una carcajada que hace que los
hombres nos miren. PETER sonríe, pero Dexter está serio y,
cuando dejan de mirarnos, murmuro:
—Guauuu... creo que alguien está molesto.
Ella asiente y, apretándose más en el sillón, cuchichea:
—Dexter quería saber el nombre de mi amigo y al no
decírselo se enojó como un burrote.
Eso me hace sonreír y, mirándola, digo:
—Anoche en la cena casi no habló y estuvo todo el rato mirando
el reloj. Cuando PETER y yo nos fuimos a dormir, él se quedó
solo en el salón.
—Cuando regresé a las tres de la madrugada, estaba despierto
allí mismo.
Boquiabierta, exclamo:
—Pero ¿qué me dices?
—Sí —ríe ella—. Estaba leyendo en el salón. Cuando entré,
no me dirigió la palabra y me fui directa a dormir. Minutos después,
escuché que entraba en su habitación.
Alucinada, miro a Dexter y me doy cuenta de que nos
observa. Estoy sorprendida. No es posible que todo vaya tan
rápido entre ellos y, mirándola a los ojos, insisto:
—Vamos a ver, Graciela, cuando tú te has insinuado a Dexter,
¿él nunca te ha respondido?
—Nunca.
—Pero ¿te decía algo al menos?
En ese momento llega la azafata y, después de que deje ante
nosotras unas bandejitas con algo de comida, Graciela dice:
—La última vez que lo intenté, hará cerca de un año, me dijo
que no lo volviera a intentar, porque él no me podía dar nada de
lo que yo deseaba y no quería decepcionarme.
—Vaya...
—Recuerdo que no me tomé bien ese desplante y que estuve
cerca de un mes sin hablarle. Incluso busqué otro trabajo a
través del periódico matinal y él, al darse cuenta, se enfadó. No
quería que trabajase para otra persona. Lo increíble fue que al
mes siguiente me duplicó el sueldo. Cuando le dije que yo no le
había pedido ningún aumento, me respondió que ya que no me
podía dar lo que yo pretendía, al menos quería tenerme contenta
en lo monetario, para que no me fuera a trabajar para
otro.
Pero bueno... ¡aquí hay tema que te quemas! Y segura de lo
que digo, exclamo en voz baja:
—Madre mía, Graciela, lo que me acabas de contar me confirma
que le gustas, y mucho.
—No... no le gusto. Él nunca hace la menor mención.
—¿Y por qué te sube el sueldo sin que tú se lo pidas?
—No lo sé. Dexter es muy desprendido para el dinero.
—¿No será que es desprendido contigo porque le gustas?
—No creo.
—Pues yo pienso que sí. Le gustas. Ningún jefe sube el
sueldo así porque sí.
—¿Tú crees?
Asiento. Aún recuerdo cuando PETER me propuso acompañarlo
en aquel viaje por las delegaciones de Alemania y me
dijo que yo fijara el sueldo.
—Graciela..., ese hombre te digo yo que babea por ti.
—Madre de Diosssssssssss —murmura, roja como un
tomate.
De nuevo, Dexter nos mira. Yo le guiño un ojo. Pobre, ¡si
supiera de lo que hablamos! Él sonríe y aparta la vista.
—Ay, Graciela, y luego dicen que las raras somos las
mujeres, pero los hombres son telita también. —Ambas nos reímos—.
Te digo yo que a Dexter le gustas tanto como él te gusta a
ti. Su reacción está siendo exagerada para lo poco que hiciste.
Pero lo que está clarito es que le interesas y lo está demostrando
con sus actos.
—Ay, LALI..., no me digas eso que me pongo mala.
Soltamos una carcajada y, tapándome la boca, digo:
—Malito se va a poner cuando lleguemos a Jerez y mis amigos
te tiren los tejos por todos lados.
En Jerez, nuestra llegada es la bomba.
Mi padre quiere ir a buscarnos al aeropuerto, pero LALI ya lo
ha dispuesto todo y un hombre nos entrega las llaves de un Mitsubishi
Montero de ocho plazas, igualito que el que tenemos en
Alemania. Al ver que lo miro sorprendida, mi chico dice:
—He comprado este coche para cuando vengamos a Jerez,
¿te parece bien?
Asombrada, asiento y sonrío. PETER es un controlador y le
gusta llevar las riendas.
Entre risas, todos vamos a Jerez y, cuando llegamos ante la
casa que PETER me regaló, y veo un cartel que pone «Villa
Morenita», me troncho, mientras mi marido, divertido, disfruta
viéndome reír.
Le doy un beso y él lo acepta gustoso.
Después, saca un mando de la guantera del coche para abrir
la cancela negra y yo no puedo dejar de sonreír. Me encantan
sus sorpresas y ver que la parcela está tan cuidada me vuelve a
emocionar.
Él me comenta que encargó a mi padre que contratara a
alguien que adecentara el lugar aun sin estar nosotros.
Cuando para el coche, la primera en bajarse soy yo. Y,
encantada, miro a mis invitados y digo:
—Bienvenidos a nuestro hogar en Jerez.
Al entrar en la casa, rápidamente llamo a mi padre y le soplo
que en una hora estamos en su casa. Él, encantado, nos ha preparado
algo para cenar y nos espera feliz, junto a mi hermana y
los niños.
Rápidamente, y como anfitriona de Villa Morenita, organizo
cómo van a dormir los invitados. Hay habitaciones para todos y,
tras darles una horita para una ducha, nos montamos en el Mitsubishi
y nos vamos a casa de papá.
Estoy deseando verlo.
Al aparcar el coche en la calle, emocionada veo que Flyn y
Luz corren hacia nosotros.
¡Mis niños!
Apenas PETER para el motor, abro la puerta y me bajo. Ellos se
abalanzan sobre mí y yo, más feliz que una perdiz, los abrazo
mientras mi sobrina grita emocionada:
—Titaaaaaa... Titaaaaa, ¿qué me has traído?
—¿Y a mí? —pregunta Flyn.
¡La madre que los parió!
Pero incapaz de enfadarme con ellos, los beso y respondo:
—Un montón de regalitos. Ahora, venga, saludad y...
Pero Flyn ya se ha tirado a los brazos de su tío PETER y, como
siempre, me emociono al ver el cariño que se profesan. De
pronto, mi sobrina, que es mas bruta que un mastodonte, se
lanza en bomba contra ellos, PETER pierde el equilibrio y los tres
terminan despatarrados en mitad de la calle.
Dexter y compañía se ríen y PETER, divertido, dice mirándome:
—LALI, cariño, ¡ayúdame!
Rápidamente me acerco a él. Me tiende la mano, se la cojo y,
el muy sinvergüenza, tira de mí y acabo también en el suelo,
junto a él y los niños. Naturalidad, amor y risas, ¡eso es lo que
me hace sentir!
Tras ese momento divertido, cuando por fin conseguimos
levantarnos, mi padre ha llegado hasta nosotros y, mirándome,
dice abriendo los brazos:
—¿Cómo está mi morenita?
Corro hacia él.
Lo abrazo...
Lo adoro...
Quiero a mi padre con locura y, emocionada al ver su gesto,
respondo:
—Muy bien, papá. Feliz y locamente enamorada del cabezón.
PETER se acerca y, tras darle primero la mano a mi padre y
finalmente abrazarlo, le presenta a Dexter, Graciela y VICTORIO.
Después de saludar a los vecinos, que amablemente han
salido para recibirnos, entramos en casa y pregunto:
—Papá, ¿dónde está CANDE?
—Terminando de bañar a Lucía, cariño. Ve a tu habitación y
la verás.
Ansiosa, entro en mi antigua habitación y sonrío. Allí está mi
loca hermana, secando sobre el cambiador a la pequeñaja, que
ya tiene mes y poco. Sin hacer ruido, me acerco a Raquel y,
abrazándola por detrás, murmuro, aspirando su olor a colonia:
—Holaaaaaaaaaaaaaa.
Su grito no tarda en llegar y, volviéndose, dice:
—Cuchuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu...
Divertidas, nos abrazamos y nos besuqueamos. Tenemos
tantas cosas que contarnos que hablamos las dos atropelladamente
sin parar, hasta que la pequeña Lucía hace un ruidito y
las dos la miramos.
—Madre míaaaaaaa, pero ¡cuánto ha crecido esta pequeñaja!
CANDE asiente y, con la típica voz que todos ponemos
cuando un bebé está delante, dice tocando los mofletes de la
pequeña:
—Es que está muuu gochita, ¿verdaddd? ¿Verdad que sí,
cochita potitaaaaaaa?
Emocionada al ver a la niña, me acerco más a ella y, tras
darle un beso y aspirar su olor a colonia Nenuco, digo en el
mismo tono de voz canturreante que mi hermana:
—Holaaaa, ceporritaaaaaaa. Ay, madre, que me la como... ay
que me la como toda todita a esta niña tan potitaaaaaaaaaaa.
—Dile hola a la titaaaaaaaaaa —insiste mi hermana y,
cogiéndole la manita, dice—: Holaaaaaa, titaaaaaaaaaaaaaa. Soy
Lucíaaaaaaaaaaaa.
—Holaaaaaaa, cariñitooooooooo... Apuffffffffffff...
Apufffffffffffff
—Requetupuchuflusssssssssssssssssssssss...
La pequeña cierra los ojos. Estoy segura de que si nos pudiera
contestar nos mandaba a freír espárragos por ser tan ñoñas
e idiotas.
Pero ¿qué hacemos hablando balleno?
¿Por qué siempre ante un bebé utilizamos ese tipo de jerga
tan rara?
Al final, la pequeña estornuda y mi hermana rápidamente
comienza a vestirla antes de que coja frío.
—En la cocina de tu casa tienes lo que me pediste.
—¿Me hiciste la mini tarta de chocolate?
—Sí. —Sonríe—. Me costó un triunfo que los niños no me
vieran preparándola, pero lo conseguí. Todo sea por mi cuñado.
La dejé metida en un táper en tu casa. Está al fondo de la nevera,
detrás de las Coca-Colas.
Sonrío. Mañana hace un mes que PETER y yo estamos casados
y quiero sorprender a mi maridito.
—Cuchufleta, ve con los invitados, ahora vamos Lucía y yo.
Le doy un beso y salgo disparada hacia el jardín, donde al
llegar veo que todos se han acomodado alrededor de la mesa,
mientras se toman unas cervezas. Dexter y mi padre hablan
sobre las rosas que éste planta. Son una pasada. Las rosas más
bonitas que he visto en toda mi vida, mientras PETER y Flyn se
hacen confidencias y Graciela y VICTORIO los escuchan. Luz,
al verme aparecer, dice rápidamente:
—Tita, ha dicho el tito PETER que nos des los regalos.
Él sonríe y añade:
—Les he dicho que has sido tú quien los ha comprado y tú...
—De eso nada, cariño —aclaro divertida—. Los regalos los
hemos comprado los dos y se los daremos los dos.
Ansiosos, los críos no paran de mirar el maletón que hemos
llevado. Al final, PETER lo pone sobre la mesa del jardín lo abre y
juntos comenzamos a repartir regalos a los niños y a mi padre.
Los críos, encantados, comienzan a abrir paquetes, cuando,
de pronto, como si de un terremoto se tratara, aparece mi hermana,
más andaluza que nunca, con el pelo recogido en un
remoño, con la niña en una mano y en la otra el móvil y, sin cortarse
un pelo, deja a la pequeña Lucía en brazos de un desconcertado
VICTORIO, que no sabe qué hacer con el bebé, y, dándose
la vuelta, CANDE dice:
—Pues mira, ¡va a ser que no! Este fin de semana no me
viene bien. Tengo planes.
Todos la miramos. Menudo genio se gasta cuando pone esa
voz grave. Miro a mi padre, que menea la cabeza, mientras una
salerosa CANDE camina hacia la piscina y, parándose en seco,
añade:
—Que no. Que no quiero verte, AGUSTIN. Que te olvides de mí.
Que hables con tu abogado y haz el favor de pagar la manutención
de las niñas, porque lo necesito. ¿Me oyes? ¡LO-NE-CE-SITO!
Pero mi ex cuñado, el atontado, debe de decirle algo y ella
grita:
—¡Me cago en tu padre, en tu madre y en to bicho viviente de
tu familia! ¡Me importa una mierda tu situación personal! ¿Y
sabes por qué? —Todos la miramos y no se oye ni una mosca—.
Porque tengo a dos niñas que sacar adelante y necesito el
dinero. Por lo tanto, déjate de tanto viaje, que no te quiero ver.
Y lo que ahorras, lo ingresas en la cuenta, que las niñas comen y
necesitan mil cosas. ¿¡Cómo!? —grita de nuevo—. Tú lo que eres
es un sinvergüenza putero y con complejo de Peter Pan.
Madura..., so mugroso, ¡madura! Y no me vuelvas a preguntar si
nos vemos mañana porque te juro que al final quedo contigo,
aunque sólo sea para darte dos guantás con la mano abierta.
Asombrada por lo que escucho, no sé qué hacer. Madre mía,
qué rebote tiene mi hermana. Pero de pronto soy consciente de
que mi pequeña Luz, mi Lucecita, está escuchando lo mismo
que yo y la sangre se me altera. PETER y yo nos miramos y, ante mi
bloqueo, él dice:
—Mira, Luz, qué cámara de fotos de Bob Esponja que te he
comprado.
Las palabras Bob Esponja hacen que mi sobrina olvide la
conversación de mi hermana y mire a PETER.
—¡Qué pasote, titooooo!
La cámara digital amarilla, con el puñetero Bob Esponja, es
lo único que le importa en ese momento. Menos mal que mi
chico ha reaccionado rápidamente.
PETER le da otra cámara a Flyn, pero ésta de los muñecos del
Mortal Kombat y los críos se vuelven locos. Sin demora, Graciela
se acerca a ellos y los aleja un poco de la mesa para que no
escuchen la conversación de mi hermana. ¡Que la está liando
parda por teléfono!
Mi padre, angustiado, va hacia ella para tranquilizarla. Pobre
hombre, la que le ha caído con CANDE y conmigo. Yo, al ver a
VICTORIO con cara de circunstancias y mi sobrina en brazos,
corro a cogérsela.
Creo que si tiene a la pequeña un segundo más, le da una
lipotimia de no respirar. Cuando me entrega a Lucía, el pobre
suelta un suspiro de alivio. ¡Qué mal ratito ha pasado con la
cría!
Con cariño, acerco su carita hasta mi cara y, mirándola, digo:
—Holaaaaaaaaaaaa..., cucurucucu
cucuuuuuuuuuuuuuuuuu... ay, que te como los morretessssssss,
¡¡¡que te los comooooooooooooo!!!
La pequeña me mira. Debe de pensar que la idiota que hablaba
balleno minutos antes ha vuelto y, de pronto, Dexter dice:
—Qué linda se te ve, LALI. Te queda muy bien un bebecito
en los brazos.
Al escuchar el comentario lo miro y veo que los tres hombres
me observan. Pero mención especial merece la cara de mi marido.
Su expresión se ha vuelto esponjosilla y, con una radiante
sonrisa, dice:
—Estás preciosa con un bebé.
Ufff... ¡que me empieza a picar el cuello!
Que no. No quiero hablar de bebés ni de tonterías de éstas.
Sin pensar, busco a quién darle a la pequeña y PETER, acercándose,
me tiende los bazos. Se la entrego como un paquetillo y de
pronto le oigo decir con su acentazo alemán:
—Holaaaaaaaaaaaaaaaaaaa... Holaaaaaaaaa, preciosaaaaaaaaaaa...
Soy el tito PETER. ¿Cómo está mi niña
bonitaaaaaaaaaaaaa?
Pero vamos a ver... ¿otro que habla en balleno?
PETER se sienta junto a Dexter y los dos empiezan a decirle
monadas cantarinas a la pequeña Lucía, mientras yo miro a mi
padre y leo en sus labios cómo le pide tranquilidad a CANDE
cuando ella cierra con furia el teléfono. Está enfadada y cuando
mi hermana se enfada no tiene medida.
Nuestras miradas se encuentran. Y cuando estoy a punto de
ir a hablar con ella, cambia de expresión y, como la mejor actriz
de Hollywood, se acerca a nosotros y le dice a PETER:
—Hola, cuñado, ¿cómo va eso?
—Bien. ¿Y tú?
CANDE se encoge de hombros y suelta tan pancha:
—Como dice mi padre, jodida pero contenta.
PETER y ella se besan con cariño y, mirándola, él insiste:
—¿Seguro que estás bien?
CANDE asiente y Dexter, cogiéndole las manos, dice:
—Pero ¿qué le pasa a mi guapa española?
Mi hermana resopla, mira alrededor y, tras ver que Luz no
está cerca, explica:
—Mi ex me quiere volver loca, pero ¡antes me lo cargo!
PETER me mira y yo rápidamente digo:
—CANDE, te presento a VICTORIO. Es primo de Dexter y
estará unos días en España.
—Encantada —responde, sin apenas mirarlo.
Él, que no le quita ojo, asiente y entonces veo que mira a
Dexter con complicidad y murmura:
—Mamacita, qué mujer.
En ese momento aparecen Luz y Flyn con Graciela y comienzan
a hacernos fotos con sus cámaras nuevas. Media hora más
tarde, mi padre nos agasaja con una estupenda cena, donde no
falta rico jamoncito, gambas, cazón adobadito por él y
salmorejo.
A la mañana siguiente, mi despertador suena a las seis y
media de la mañana. Rápidamente lo paro.
¡Estoy muerta! ¡Qué sueño! Pero quiero sorprender a PETER.
Es nuestro cumplemés de casados. ¡Un mes! Y quiero
llevarle el desayuno a la cama.
Lo miro con cariño. Está dormido y, como siempre me pasa,
siento unos deseos tremendos de achucharlo. Pero claro, si lo
achucho lo despierto y no podré darle la sorpresa que le tengo
preparada.
Me levanto con sigilo, voy al baño y, con cuidado, cierro la
puerta. Rápidamente me quito el pijama, me lavo, me pongo la
camiseta que le compré a PETER y me peino. Ya no tengo la regla.
¡Bien!
Contemplo el resultado, sonrío y salgo del cuarto de baño y
de la habitación. Cuando llego a la cocina, busco tras las Coca-
Colas, como me dijo mi hermana, y allí encuentro un táper rosa.
CANDE es una artista haciendo tartas.
Sin demora, cojo una bandeja, preparo un par de cafés con
leche, platitos, cucharitas, servilletas, coloco la bonita tarta en el
centro y cojo un cuchillo para cortarla.
¡Qué mono me ha quedado!
Le hago una foto con mi móvil para el recuerdo. Al fin y al
cabo, es nuestro primer mesecito de casados.
Feliz por sorprender a mi chico, regreso a la habitación.
Cuando entro, me acerco seductora a la cama. Poso la bandeja
en un lateral y dejo la tarta a mi lado, mientras canturreo la canción
que me he inventado.
Feliz... feliz... cumplemesdecasadosssssss.
Alemán que la española te ha cazado,
que seas feliz a mi lado
y que cumplamos muchos másssssssss.
PETER abre los ojos y, al oírme, sonríe. Por norma siempre me
despierta él a mí, pero esta vez es al revés. Su sonrisa se ensancha
cuando ve la camiseta roja que llevo, que pone «Viva la
Morenita» y digo:
—¡Felicidades, tesoro! Hoy hace ya treinta días que estamos
casados.
Abrazándome, me pone sobre él y, mirando divertido mi
camiseta, lee imitando el acento mexicano con su acentazo
alemán:
—¡Viva la morenita!
Ambos reímos y, pletórico de felicidad, murmura con mimo:
—Han sido los mejores treinta días de mi vida. Ahora quiero
ir a por muchísimos más.
Su boca busca la mía y me besa. Increíble. Ni recién despierto
le huele mal el aliento.
Me chupa el labio superior... después el inferior y, finalmente,
me da su maravilloso mordisquito... Oh, sííííííííííííí.
¡Adoro que haga eso!
Su respiración se acelera y su manera de abrazarme se
vuelve más intensa. Rápidamente, me quita la camiseta roja,
que cae al suelo. Adiós «¡Viva la Morenita!».
Encantada, me dejo llevar por la pasión del momento,
cuando PETER, sin que yo lo pueda remediar, se levanta, me coge
en volandas y, al dejarme caer en la cama, se oye: ¡Pruuuuuuuu!
Sorprendido por el ruido, me mira, mientras yo cierro los
ojos y aclaro:
—Eso no es lo que tú crees. —PETER levanta las cejas divertido
y yo explico—: Lo que ha sonado es la tarta que te traía, que
ahora está justo debajo de mi culo.
Veo cómo sus ojos bajan hacia mi trasero y, al ver el chocolate
y el bizcocho aplastado, se deja caer sobre la cama y comienza
a reír. Yo no me puedo mover. Si lo hago, lo pringaré todo
de tarta y, durante unos segundos, le observo revolcarse de risa
en la cama. Al final yo hago lo mismo. Lo ocurrido es para eso y
más y cuando se tranquiliza, digo:
—La tarta se ha chafado, pero al menos los cafés siguen vivos
sobre la bandeja.
PETER los mira, alarga la mano y, cogiendo una taza, toma un
sorbo tan tranquilo. Boquiabierta, lo miro y, frunciendo el cejo,
pregunto:
—¿Se puede saber qué haces?
—Desayunar.
—¡¿Desayunar?!
Él asiente y, haciéndome reír, añade:
—Y ahora quiero mi tarta.
Al ver sus intenciones, niego con la cabeza.
—Ni se te ocurra.
—Quiero tarta —insiste.
—Ni lo sueñes.
Pero al ver su determinación, me río y me quedo sin fuerzas
justo en el momento en que él tira de mí y me pone boca abajo
en la cama.
—PETER, ¡no!
Pero no sirve de nada lo que yo diga. Mi loco amor me chupa
las cachas del culo y exclama:
—Hum... es la mejor tarta que he comido en toda mi vida.
—¡PETER! —protesto, pero él chupa y chupa y disfruta de su
ración de tarta.
Muerta de risa, voy a hablar cuando oigo que dice a mi
espalda.
—Delicioso manjar.
—Era parte del regalo.
—¡Genial! Luego recuérdame que te dé el tuyo.
—¿Tienes un regalo para mí?
—¿Lo dudabas? —Y antes de que responda, añade—: Como
tú has dicho, ¡es nuestro cumplemés!
Divertida, voy a decir algo, cuando me da la vuelta para
dejarme frente a él y dice:
—Te quiero, pequeña.
Tengo la mano sobre la tarta aplastada, cojo un trozo y, dispuesta
a seguir con el juego, me pringo los pechos. Sigo hacia el
ombligo y termino en mi monte de Venus.
PETER sonríe y, decidida a pringarnos del todo, cojo más tarta
y se la restriego a él por el abdomen y los hombros.
¡El pringue está servido!
Juguetón al ver eso, se tumba sobre mí y me besa. A estas
alturas, la tarta está completamente repartida entre nuestros
cuerpos y la cama.
—Siempre me has resultado dulce, morenita, pero hoy más
que nunca.
Animada, sonrío y PETER comienza a chuparme los pezones,
mientras mi olfato se impregna del olor a chocolate. Sigue el
reguero que yo le he marcado y baja hasta mi ombligo y, cuando
llega a mi monte de Venus, aspira mi perfume y su ansia por mí
es tal que directamente me degusta. Me abre las piernas y su
lengua entra en mí.
Embravecida, me retuerzo al sentir la vibración de mi
cuerpo, mientras él, como un lobo hambriento, me agarra los
muslos y me los abre para tener mejor acceso.
—Oh, sí..., sí... —jadeo gustosa.
Una y otra vez, PETER pasea su lengua por mi humedad. Sus
dedos, juguetones, rápidamente buscan hueco y, mientras con
dos de ellos me penetra, su lengua juega y juega conmigo,
arrancándome oleadas de placer.
La cama se mueve y, enloquecida, agarro las sábanas e
intento no chillar. No quiero que el resto de la casa se despierte.
Aprieto los talones contra el colchón y me echo hacia atrás hasta
que mi cabeza cae por un lateral de la cama.
PETER me sujeta, me vuelve a colocar en el centro y ya no me
puedo mover. Mi depredador particular tiene las energías a
tope. Está fresco y quiere sexo del que nos gusta. Veo cómo se
muerde el labio inferior mientras se pone de rodillas, me coge
por la cintura y me da la vuelta.
Adoro cómo me maneja en la cama. Me encanta su posesión.
Y como sé lo que quiere, me incorporo un poco hasta quedar a
cuatro patas. Coloca su duro pene en mi húmeda abertura y
lenta y pausadamente me penetra.
—Más... —exijo.
—¿Quieres más?
—Sí...
—Ansiosa —ríe divertido.
—Me gusta ser ansiosa. —Y suplico—. Más profundo.
Oigo su risa. Me encanta su risa. Me da un azote que suena
y, agarrándome las caderas, me da lo que le pido, profundiza en
mí y yo grito. Muerdo las sábanas.
Acto seguido, acerca su boca a mi oído y murmura:
—Chis... no grites o despertarás a los que duermen.
Una y otra vez me vuelve a penetrar mientras yo muerdo las
sabanas para ahogar mis jadeos. Me gusta... me gusta lo que
hace. Me gusta nuestro lado animal e, incitándolo a que continúe,
arqueo las caderas y voy en su busca.
El encuentro es asolador y los dos jadeamos más fuerte de lo
normal.
De pronto se para. Saca su duro pene de mí y, dándome la
vuelta, nuestros ojos se encuentran. Mientras me vuelve a penetrar,
susurra:
—Mírame.
Clavo mis ojos en él. En mi rey, en mi sol, y entonces soy yo
la que sube la pelvis con brusquedad y lo hago jadear. Sonríe
peligrosamente de medio lado.
¡Guauuu... he despertado a Iceman!
Con exigencia, pasa una mano por debajo de mi cuerpo para
inmovilizarme y, tumbándose sobre mí, me besa mientras me
penetra sin descanso y nuestras bocas ardientes mitigan
nuestros jadeos.
Placer...
Calor...
Deseo...
Y amor...
Todo eso es lo que siento, mientras me penetra mil veces y
yo me abro para recibirlo, hasta que un gustoso espasmo hace
que me arquee y me dejo ir. Instantes después, me empala una
última vez y, tras un ronco gemido, cae rendido sobre mí.
Mi vagina lo succiona. Tiemblo por dentro mientras su
cuerpo vibra sobre mí. Noto cómo su simiente me empapa y me
vuelvo a apretar contra él.
Dos minutos más tarde, PETER rueda en la cama para no
aplastarme y en su camino me deja tumbada sobre él. Le
encanta hacer eso. Lo vuelve loco tenerme encima.
Tengo el pelo pringoso de tarta y chocolate y me doy cuenta
de que los dos estamos completamente manchados.
—Cuando mi hermana te pregunte si te ha gustado la tarta,
dile que sí o me mata.
PETER sonríe y contesta, con la respiración entrecortada:
—No te preocupes, morenita. Estoy totalmente convencido
de que ha sido la mejor tarta de mi vida.
Ambos reímos y cinco minutos después, cuando nuestros
cuerpos se pegan por el azúcar, nos levantamos y vamos directos
a la ducha. Allí, la pasión nos embarga de nuevo mientras
nos lavamos mutuamente, y vuelvo a hacer el amor con mi
alemán.
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