El
día en que llego a Madrid tras mi semana en Llanes, regreso con el corazón
todavía más partido. Saber que PETER me busca me hace estar insegura hasta del
mismo aire que respiro. El tiempo no ha eliminado el dolor, lo ha acrecentado a
unos niveles que nunca pensé que existían.
Llamo
a mi padre. Le digo que ya he llegado a Madrid y charlo con él.
—No,
papá. PETER me desespera y...
—Tú
tampoco eres una santa, cariño. Eres cabezona y retadora. Siempre has sido así,
y justamente has ido a dar con la horma de tu zapato.
—¡Papáaaaa!
Mi
padre ríe, y contesta:
—¡Ojú,
morenita! ¿No recuerdas lo que tu madre decía?
—No.
—Ella
siempre decía: «El hombre que se enamore de CANDE, tendrá una vida sosegada,
pero el hombre que se enamore de LALI, ¡pobrecito! Va a estar a la gresca día
sí, día también».
Sonrío
al recordar esas palabras de mi madre, y mi padre añade:
—Y
así es, morenita. CANDE es como es y tú eres como tu madre, ¡una guerrera! Y
para aguantar a una guerrera sólo hay dos opciones: o das con un tonto que
nunca abra la boca, o das con un guerrero como es PETER.
—¿Y
tú qué eres papá, un tonto o un guerrero?
Mi
padre se ríe.
—Yo
soy un guerrero como PETER. ¿Cómo crees, si no, que aguanté a tu madre? Y
aunque Dios se la llevó pronto de mi vida, nunca otra mujer ha llegado a mi
corazón porque tu madre dejó el listón muy..., muy alto. Y eso es lo que le
pasa a PETER, tesoro. Tras conocerte a ti, sabe que no va a encontrar otra
igual.
—Sí,
de tonta —me mofo.
—No,
cariño. De lista. De espabilada. De divertida. De graciosa. De gruñona. De
peleona. De maravillosa. De bonita. De todo, morenita..., de todo.
—Papá...
—Como
bien presuponía, PETER te pertenece, y tú le perteneces a él. Lo sé.
Soy
incapaz de no echarme a reír.
—Por
favor, papá, como guionista de culebrones ¡no tienes precio!
Cuando
cuelgo, sonrío.
Como
siempre, hablar con mi padre me relaja. Quiere lo mejor para mí y, como él
dice, lo mejor para mí es ese alemán, aunque yo en estos momentos lo dude.
Por
la noche, cuando abro el ordenador, tengo un nuevo mensaje de PETER.
De:
PETER LANZANI
Fecha:
31 de mayo de
2013 14.23
Para:
LALI ESPOSITO
Asunto:
No me dejes
Sé
que me quieres aunque no contestes. Lo vi en tus ojos la última noche en el
hotel. Me echaste, pero me quieres tanto como yo te quiero a ti. Piénsalo
cariño. Ahora y siempre tú y yo.
Te
quiero. Te deseo. Te echo de menos. Te necesito.
PETER
¿Por
qué es tan romántico?
¿Dónde
está el frío alemán?
¿Por
qué sus palabras románticas me ponen tonta y las necesito leer y releer? ¿Por
qué?
Cuando
apago la luz de mi habitación, vuelvo a pensar en lo único que pienso últimamente.
PETER. PETER. Huelo su camiseta. No sé qué voy a tener que hacer para
olvidarlo.
Me
despierto a las seis de la mañana sobresaltada. He soñado con PETER. ¡Ya ni en
sueños me lo quito de la mente!
¡Pa
matarme!
¿Por
qué cuando estás obsesionada con alguien el día y la noche se resume en pensar
sólo en él?
Enfadada,
no consigo conciliar el sueño y decido levantarme. Cabreada como estoy opto por
hacer una limpieza general. Eso me relajará. Me pongo a ello y a las diez de la
mañana tengo una liada en la casa que no hay ni por dónde cogerla.
¡Menuda
leonera he organizado!
Estoy
nerviosa. El corazón me palpita enloquecido y decido darme una ducha, pasar de
la casa e ir a correr. Darme unas carreritas me vendrá de lujo. Eliminaré
adrenalina. Cuando salgo de la ducha, me recojo el pelo en una coleta alta, me
pongo unos piratas negros, las zapatillas de deporte y una camiseta.
De
pronto, suena el timbre y, al abrir sin mirar, me quedo sin habla cuando me
encuentro con PETER. Está más guapo que nunca vestido con esa camisa blanca y
los vaqueros. Asustada por tenerlo tan cerca, intento cerrar la puerta, pero no
me deja. Mete un pie.
—Cariño,
por favor, escúchame.
—No
soy tu cariño, ni tu pequeña, ni tu morenita ni nada. Aléjate de mí.
—¡Dios,
LALI!, me estás destrozando el pie.
—Quítalo
y no lo destrozaré —respondo mientras trato de cerrar la puerta con todas mis
fuerzas.
Pero
no quita el pie.
—Eres
mi amor, mi cariño, mi pequeña, mi morenita y, además, eres mi mujer, mi novia,
mi vida y miles de cosas más. Y por eso quiero pedirte que vuelvas a casa
conmigo. Te echo de menos. Te necesito y no puedo vivir sin ti.
—Aléjate
de mí, PETER —gruño mientras batallo inútilmente con la puerta.
—He
sido un idiota, cariño.
—¡Oh,
sí!, eso no lo dudes —siseo al otro lado de la puerta.
—Un
idiota con todas sus letras al dejar marchar lo más bonito que ha pasado por mi
vida. ¡Tú! Pero los idiotas como yo se dan cuenta e intentan rectificar. Dame
de nuevo otra oportunidad y...
—No
quiero escucharte. ¡No, no quiero! —grito.
—Cariño...,
lo he intentado. He intentado darte tu espacio. Darme a mí el mío. Pero mi vida
sin ti ya no tiene sentido. No duermo. Estás en mi mente las veinticuatro horas
del día. No vivo. ¿Qué quieres que haga si no puedo vivir sin ti?
—Cómprate
un mono —chillo.
—Cariño...,
lo hice mal. Oculté lo de tu hermana y tuve la poca decencia de enfadarme
contigo cuando yo hacía lo mismo que tú.
—No,
PETER, no... Ahora no te quiero escuchar —insisto a punto de llorar.
—Déjame
entrar.
—Ni
lo sueñes.
—Pequeña,
déjame mirarte a los ojos y hablar contigo. Déjame solucionarlo.
—No.
—Por
favor, LALI. Soy un gilipollas. El hombre más gilipollas que hay en el mundo, y
te permitiré que me lo llames todos y cada uno de los días de mi vida, porque
me lo merezco.
Las
fuerzas se me acaban. Escuchar todo lo que él me dice comienza a poder conmigo,
y cuando dejo de apretar la puerta, PETER la abre totalmente y murmura,
mirándome:
—Escúchame,
pequeña... —Y al mirar al fondo, pregunta—: ¿Limpieza general? ¡Vaya, estás
muy, muy cabreada!
La
comisura de sus labios se curva, y entonces, yo grito, histérica, al ver que se
mueve.
—No
se te ocurra entrar en mi casa.
Se
para. No entra.
—Y
antes de que sigas con el chorreo de palabras bonitas que me estás diciendo —lo
suelto, furiosa—, quiero que sepas que no voy a volver a hipotecar mi vida para
que todo de nuevo vuelva a salir mal. Me desesperas. No puedo contigo. No
quiero dejar de hacer las cosas que a mí me gustan porque tú quieras tenerme en
una jaula de cristal. No, ¡me niego!
—Te
quiero, señorita ESPOSITO.
—Y
una chorra. ¡Déjame en paz!
Y
pillándole de improviso, cierro la puerta de un portazo. Mi pecho sube y baja.
Estoy acelerada. PETER lo ha vuelto a hacer. Ha vuelto a decirme las cosas más
bonitas que un hombre puede decir a una mujer, y yo, como una tonta, lo he
escuchado.
Soy
idiota. Tonta. Lela. ¿Por qué?, ¿por qué lo escucho?
El
timbre de la puerta vuelve a sonar. Es él. No quiero abrir.
No
quiero verlo, aunque me muera por hacerlo. Pero de pronto oigo una voz. ¿Ésa es
Simona? Abro la puerta y, boquiabierta, veo a Norbert junto a su mujer. El
hombre dice:
—Señorita,
desde que usted se marchó de la casa, ya nada es igual. Si vuelve, le prometo
que la ayudaré a poner su moto a punto siempre que quiera.
Levanto
las cejas, y Simona, tras abrazarme, me da un beso en la mejilla.
—Y
yo prometo llamarte, LALI. El señor me ha dado permiso. —Y cogiéndome
las
manos, cuchichea—. LALI, te echo de menos y, si no vuelves, el señor nos
martirizará el resto de nuestros días. ¿Tú quieres eso para nosotros? —Niego
con la cabeza, e insiste—: Además, ver «Locura esmeralda» sola no tiene la
gracia que tenía como cuando la veíamos juntas. Por cierto, Luis Alfredo
Quiñones le pidió el otro día matrimonio a Esmeralda Mendoza. Lo tengo grabado
para que lo veamos las dos.
—¡Ay,
Simona...! —Suspiro y me llevo las manos a la boca.
De
pronto Susto y Calamar entran en la casa y comienzan a ladrar.
—¡Susto!
—grito al verlo.
El
perro salta, y yo lo abrazo. Le he echado tanto de menos... Después, toco a Calamar
y susurro:
—Cómo
has crecido, enano.
Los
animales saltan encantados a mi alrededor. Me recuerdan. No se han olvidado de
mí. PETER, apoyado en la pared, me está mirando cuando entra Sonia con una
encantadora sonrisa y me besa.
—Cariño
mío, si no te vienes con nosotros tras la que ha movilizado PETER, es que eres
tan cabezota como él. Este hijo mío te quiere, te quiere, te quiere, y me lo ha
confesado.
La
estoy mirando sorprendida cuando entra mi padre.
—Sí,
morenita, este muchacho te quiere mucho y te lo dije: ¡regresará a ti! Y aquí
lo tienes. Él es tu guerrero y tú eres su guerrera. Vamos, tesoro mío..., te
conozco, y si ese hombre no te gustara, ya habrías retomado tu vida y no
tendrías esas ojeras.
—Papá...
—sollozo, llevándome las manos a la boca.
Mi
padre me da un beso y murmura:
—Sé
feliz, mi amor. Disfruta de la vida por mí. No me hagas ser un padre preocupado
el resto de mis días.
Dos
lagrimones me caen por la cara cuando oigo:
—¡Cuchufletaaaaaaaaaaa!
—Mi hermana solloza, emocionada—. ¡Aisss, qué bonito lo que ha hecho PETER! Nos
ha reunido a todos para pedirte perdón. ¡Qué romántico! ¡Qué maravillosa
muestra de amor! Un hombre así es lo que yo necesito, no un gañán. Y por favor,
perdónale porque no te contara lo de mi separación. Yo le amenacé con machacarlo
si lo hacía.
Miro
a PETER. Sigue apoyado fuera de mi casa y no aparta sus ojos de mí. En este
momento, entra Marta y, guiñándome un ojo, cuchichea:
—Como
digas que no al cabezón de mi hermano, te juro que me traigo a todos los del
Guantanamera para convencerte mientras bebemos chupitos y gritamos: «¡Azúcar!»
—Río—. Piensa lo que ha sido para él pedirnos ayuda a todos. Este chico por ti
se ha abierto en canal, y eso se lo tienes que recompensar de alguna manera.
Vamos, quiérele tanto como él te quiere a ti.
Me
río. PETER también ríe, y mi sobrina grita:
—¡Titaaaaaaaaaaaaaaa!
El tito PETER ha prometido que este verano me iré con vosotros los tres meses
de las vacaciones a tu piscina, y en cuanto al chi..., a Flyn, es muy
enrollado. ¡Mola mazo! No veas cómo juega a Mario Cars. ¡Qué fuerte! Es
buenísimo.
Esto
parece el metro en hora punta. El salón está lleno de gente mientras PETER me
mira con sus preciosos ojazos azules sin entrar en mi casa. De pronto, llega
Flyn. Al verme se tira a mi cuello. Me abraza y me besa. Adoro sus besos, y
cuando se suelta, sale por la puerta y me río al ver que arrastra el árbol de
Navidad rojo.
¿Han
traído el árbol rojo de los deseos?
Eso
me hace reír. Miro a PETER, y éste se encoge de hombros.
—Tía
LALI —dice Flyn—, todavía no hemos leído los deseos que pedimos en Navidad.
—Eso me emociona, él murmura—: He cambiado mis deseos. Los que escribí en
Navidad no eran muy bonitos. Además, le he confesado al tío PETER que yo
también ocultaba secretos. Le he dicho que yo fui quien agitó la coca-cola ese
día para que te explotara en la cara y que por mi culpa te caíste en la nieve y
te hiciste la fea herida de la barbilla.
—¿Por
qué se lo has dicho?
—Tenía
que decírselo. Siempre has sido buena conmigo, y él tenía que saberlo.
—¡Ah!,
por cierto, cariño —indica Sonia—, a partir de este año las Navidades las
celebraremos juntos. Se acabó celebrarlas por separado.
—¡Bien,
abuela! —salta Flyn, y yo sonrío.
—Y
nosotros estaremos también —puntualiza mi emocionado padre.
—¡Bien,
yayo! —aplaude Luz, y PETER se ríe con las manos en los bolsillos.
Lo
miro. Me mira. Nuestros ojos se encuentran, y cuando creo que no puede llegar
más gente, entran PABLO, EUGE y NICO con el pequeño Glen. Los dos hombres no
dicen nada. Sólo me miran, me abrazan y sonríen. Y EUGE, abrazándome también,
murmura en mi oído:
—Castígale
cuando lo perdones. Se lo merece.
Ambas
nos reímos, y yo me llevo las manos a la cara. No me lo puedo creer. Mi casa
está llena de gente que me quiere, y todo esto lo ha movilizado PETER. Todos me
miran a la espera de que diga algo. Estoy emocionada. Terriblemente emocionada.
PETER es el único que está todavía fuera. Le he prohibido entrar. Con decisión,
se acerca a mi puerta.
—Te
quiero, pequeña —declara—. Te lo digo a solas, ante nuestras familias y ante
quien haga falta. Tenías razón. Tras lo de Hannah estaba encerrado en un bucle
que no me favorecía y a mi familia tampoco. Lo estaba haciendo mal,
especialmente con Flyn. Pero tú llegaste a mi vida, a nuestras vidas, y todo
cambió para bien. Créeme, amor, que eres el centro de mi existencia.
Un
«¡ohhhhhh!» algodonoso escapa de la garganta de mi hermana, y yo sonrío cuando
PETER añade:
—Sé
que no hice las cosas bien. Tengo mal genio, soy frío en ocasiones, aburrido e
intratable. Intentaré corregirlo. No te lo prometo porque no te quiero fallar,
pero lo voy a intentar. Si accedes a darme otra oportunidad, regresaremos a
Múnich con tu moto y prometo ser quien más te aplauda y más grite cuando
compitas en motocross. Incluso, si tú quieres, te acompañaré con la moto de
Hannah por los campos de al lado de casa. —Y clavando su mirada en mis ojos,
susurra—: Por favor, pequeña, dame otra oportunidad.
Todos
nos miran.
No
se oye una mosca.
Nadie
dice nada. Mi corazón bombea a un ritmo frenético.
¡PETER
lo ha vuelto a hacer!
Lo
quiero..., lo quiero y lo adoro. Ése es el PETER romántico que me vuelve loca.
Voy
hasta la puerta, salgo de mi casa, me acerco a PETER y, poniéndome de
puntillas, acerco mi boca a la suya, chupo su labio superior, después el
inferior y, tras darle un mordisquito, manifiesto:
—No
eres aburrido. Me gusta tu mal genio y tu cara de mala leche, y no te voy a
permitir que cambies.
—De
acuerdo, cariño —asiente con una gran sonrisa.
Nos
miramos. Nos devoramos con la mirada. Sonreímos.
—Te
quiero, Iceman —digo finalmente.
PETER
cierra los ojos y me abraza. Me aprieta contra su cuerpo, y todos aplauden.
PETER
me besa. Yo lo beso y me fundo en sus brazos, deseosa de no soltarme nunca más.
Así
estamos unos minutos, hasta que se separa de mí. Todos se callan.
—Pequeña,
me has devuelto dos veces el anillo, y espero que a la tercera vaya la vencida.
Sonrío,
y sorprendiéndome de nuevo, clava una rodilla en el suelo y, poniendo el anillo
de diamantes delante de mí, dice, desconcertándome:
—Sé
que fuiste tú la que me pidió matrimonio la otra vez por un impulso, pero esta
vez quiero que sea mi impulso, y sobre todo que sea oficial y ante nuestras
familias. —Y dejándome boquiabierta, continúa—: Señorita ESPOSITO, ¿te quieres
casar conmigo?
Me
pica el cuello. ¡Los ronchones!
Me
rasco. ¿Boda? ¡Qué nervios!
PETER
me mira y sonríe. Sabe lo que pienso. Se levanta, acerca su boca a mi cuello y
sopla con dulzura. En este mismo instante, acepto que él es mi guerrero, y yo,
su guerrera, y agarrándole la cara, lo miro directamente a los ojos y respondo:
—Sí,
señor LANZANI, me quiero casar contigo.
En
el interior de mi casa todos saltan de alegría.
¡Boda
a la vista!
PETER
y yo, abrazados, los miramos y somos felices. Entonces, agarro el picaporte de
la puerta y la cierro. Mi amor y yo nos quedamos en el descansillo de mi casa,
solos.
—¿Todo
esto lo has organizado por mí?
—¡Ajá,
pequeña! He tirado de la artillería por si no me querías escuchar, ni ver, ni
besar, ni dar una oportunidad —susurra, besándome el cuello.
¡Es
que me lo como!
Feliz
como una perdiz mientras acepto sus dulces besos en mi cuello, murmuro:
—He
echado de menos algo.
—¿El
qué? —pregunta, mirándome.
—La
botellita de pegatinas rosas con sabor a fresas.
PETER
suelta una carcajada y me da un morboso azote en el trasero.
—Esa
y todas las que quieras están esperándonos en la nevera de nuestra casa.
—¡Genial!
Me
estrecho contra él, lo abrazo y me coge entre sus brazos. Enredo mis piernas en
su cintura y me apoya contra la pared.
Me
besa, lo beso. Me excita, lo excito.
Lo
deseo, me desea.
—Pequeña,
para —me advierte, divertido al ver mi entrega—. La casa está llena de gente y
nos encontramos en el pasillo de tu edificio.
Asiento.
Disfruto de estar entre sus brazos, y murmuro haciéndole reír:
—Sólo
te estoy mostrando lo que va a ocurrir cuando estemos solos. Porque quiero que
sepas que te voy a castigar.
PETER
da un respingo. Me mira. Mis castigos suelen ser drásticos y, mordisqueando su
boca, afirmo:
—Te
voy a castigar obligándote a cumplir todas nuestras fantasías.
Mi
amor sonríe y aprieta su dura erección contra mí. ¡Oh, sí!
Saca
su móvil y teclea algo. En décimas de segundo, la puerta de mi casa se abre.
PABLO
nos mira, y PETER le pide:
—Necesito
que saques con urgencia a todos de la casa y te los lleves.
PABLO
sonríe y nos guiña un ojo.
—Dadme
tres minutos.
—Uno
—responde PETER.
Sonrío.
Éste es el exigente PETER que me vuelve loca.
En
apenas treinta segundos, entre risas, todos se marchan mientras yo sigo en los
brazos de PETER y les digo adiós consciente de que saben lo que vamos a hacer.
Mi padre mi guiña un ojo, y yo le tiro un beso.
Cuando
entramos en la casa y estamos solos, el silencio del hogar nos envuelve. PETER
me deja en el suelo.
—Comienza
tu castigo. Ve a la cama y desnúdate.
—Pequeña...
—Ve
a la cama... —exijo.
Sorprendido,
levanta las cejas, después las manos y desaparece por el pasillo. Con las
pulsaciones a mil, miro las cajas que aún no he deshecho. Miro las etiquetas y
cuando encuentro lo que quiero lo saco y, divertida, corro al baño.
Cuando
salgo y entro en la habitación, PETER mira asombrado. Voy vestida con mi
disfraz de poli malota. ¡Por fin lo estreno con él!
Lo
miro. Me doy una vueltecita mostrándole las vistas que aquel disfraz da
mientras me coloco la gorra y las gafas. PETER me devora con la mirada. Con
chulería camino hasta mi equipo de música, meto un CD y de pronto la cañera
guitarra de los AC/DC rasga el silencio de la casa. Comienzan los acordes de Highway
to Hell, una canción que sé que le gusta.
Sonríe,
sonrío, y como una tigresa camino hacia él. Saco la porra que llevo en el
cinturón y me planto ante el amor de mi vida.
—Has
sido muy malo, Iceman.
—Lo
asumo, señora policía.
Doy
dos golpes en mi mano con la porra.
—Como
castigo, ya sabes lo que quiero.
PETER
suelta una carcajada, y antes de que pueda hacer o decir nada más, mi amor, mi
loco amor alemán, me tiene bajo su cuerpo y, con una sensualidad que me
enloquece, susurra:
—Primera
fantasía. Abre las piernas, pequeña.
Cierro
los ojos. Sonrío y hago lo que me pide, dispuesta a ser su fantasía.
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