sábado, 17 de octubre de 2015

CAPITULO 19

A las nueve, me despierto. Bueno, me despierta el despertador. Lo pongo porque yo soy de dormir hasta las doce si nadie me avisa. Como siempre, estoy sola en la cama, pero sonrío al saber que es la mañana de Reyes.
¡Qué bonita mañana!
Ataviada con el pijama y la bata, saco mis regalos, que están guardados en el armario, y bajo la escalera dispuesta a repartirlos.
¡Vivan los Reyes Magos!
Paso por la cocina e invito a Simona y Norbert a unirse a nosotros. Tengo regalos para ellos también. Cuando entro en el comedor, PETE y Flyn juegan con la Wii. El crío, en cuanto me ve, tuerce el gesto, y yo, dichosa como una niña, paro la música desde el mando de PETER, los miro y anuncio feliz:
—Los Reyes Magos me han dejado regalos para vosotros.
PETER sonríe y Flyn dice:
—Espera a que terminemos la partida.
¡La madre que parió al niño!
Su falta de ilusión me deja K. O. Vamos ¡igualito que mi sobrina Luz, que con seguridad estará gritando y saltando de felicidad al ver los regalos bajo el árbol! Pero dispuesta a no hacerle ni puñetero caso, levanto a PETER del sillón cuando Norbert y Simona entran.
—Venga, vamos a sentarnos junto al árbol. Tengo que daros vuestros regalos.
Flyn vuelve a protestar, pero esta vez PETER lo regaña. El crío se calla, se levanta y se sienta con nosotros junto al árbol. Entonces, PETER se saca cuatro sobres del bolsillo de su pantalón y nos da uno a cada uno.
—¡Feliz Navidad!
Simona y Norbert se lo agradecen y, sin abrirlos, los guardan en sus bolsillos. Yo no sé qué hacer con el sobre mientras observo que Flyn lo abre.
—¡Dos mil euros! ¡Gracias, tío!
Incrédula, alucinada, patitiesa y boquiabierta, miro a PETER y le pregunto:
—¿Le estás dando un cheque de dos mil euros a un niño el día de Reyes?
PETER asiente.
—No hace falta que haga la tontería de los regalos —opina el niño—. Ya sé quiénes son los Reyes Magos.
Esa explicación no me convence y, mirando a mi Iceman, protesto.
—¡Por el amor de Dios, PETER! ¿Cómo puedes hacer eso?
—Soy práctico, cielo.
En este instante, Simona le entrega a Flyn una pequeña caja. El niño la abre y grita con entusiasmo al encontrarse un nuevo juego de la Wii. Encantada con su felicidad, aunque sea por otro jueguecito que lo mantendrá enganchado a la televisión, le doy a Simona y Norbert mis regalos. Son una chaqueta de lana para ella y un juego de guantes y bufanda para él. Ambos los miran con gozo y no paran de agradecérmelo mientras se disculpan por no tener ningún regalo para mí. ¡Pobres, qué mal rato están pasando!
Continúo sacando paquetes de mi enorme bolsa. Le entrego a PETER uno, y varios a Flyn. PETER rápidamente abre el suyo y sonríe al ver la bufanda azulona que le he comprado y la camisa de Armani. ¡Le encanta! Flyn nos observa con sus paquetes en la mano. Dispuesta a firmar la pipa de la paz con el niño, lo miro con cariño.
—Vamos, cielo —lo animo—. Ábrelos. ¡Espero que te gusten!
Durante unos instantes, el niño contempla los paquetes y la caja que he dejado ante él. Se centra en la enorme caja envuelta en papel rojo. Me mira a mí y a la caja alternativamente, pero no la toca.
—Te prometo que no muerde —suelto al final en tono cómico.
Receloso como siempre, Flyn coge la caja. Simona y Norbert lo alientan a que la abra. Durante unos segundos la requetemira como si no supiera qué hacer con ella.
—Rompe el papel. Vamos, tira de él —le digo.
Inmediatamente hace lo que le pido y comienza a desenvolver el regalo ante la sonrisa de PETER y la mía. Una vez que le quita el bonito papel, la caja está cerrada.
—Vamos, ¡ábrela!
Cuando el crío abre la caja y ve lo que hay en ella, de su boca sale un «¡Oh!».
Sí, sí, sí... ¡Le ha gustado!
Lo sé. Se le nota.
Yo sonrío triunfal y miro a PETER. Pero su gesto ha cambiado. Ya no sonríe. Simona y Norbert tampoco. Todos miran el skateboard verde con gesto serio.
—¿Qué ocurre? —pregunto.
PETER le quita al niño el skate de las manos y lo mete en la caja.
—LALI, devuelve esto.
Al momento recuerdo lo que Marta me dijo. ¡Problemas! Pero me niego a querer entender nada y replico:
—¿Que lo devuelva? ¿Por qué?
Ninguno contesta. Saco de nuevo el skate verde de la caja y se lo enseño a Flyn.
—¿No te gusta?
El crío, por primera vez desde que lo conozco, me mira expectante. Ese regalo lo ha impresionado. Sé que el skate le ha gustado. Me lo dicen sus ojos, pero soy consciente de que no quiere decir nada ante el gesto duro de PETER. Dispuesta a batallar, dejo el skate a un lado e insto a que el niño abra los otros regalos. Tras abrirlos, tiene ante él un casco, unas rodilleras y las coderas. Después, cojo de nuevo el skate y me dirijo a mi Iceman:
—¿Qué le ocurre al skate?
PETER, sin mirar lo que tengo en las manos, dice:
—Es peligroso. Flyn no sabe utilizarlo y, más que pasarlo bien con él, lo que se hará será daño.
Norbert y Simona asienten con la cabeza, pero yo, incapaz de dar mi brazo a torcer, insisto:
—He comprado todos los accesorios para que el daño sea mínimo mientras aprende. No te agobies, PETER. Ya verás cómo en cuatro días lo domina.
—LALI —dice con voz muy tensa—, Flyn no montará en ese juguete.
Incrédula, respondo:
—Venga ya, pero si es un juguete para pasarlo bien. Yo le puedo enseñar.
—No.
—Enseñé a Luz a utilizarlo y tendrías que ver cómo lo monta.
—He dicho que no.
—Escucha, cielo —sigo a pesar de sus negativas—, no es difícil aprender. Es sólo cogerle el truco y mantener el equilibrio. Flyn es un niño listo, y estoy segura de que aprenderá rápidamente.
PETER se levanta, me quita el skateboard de las manos y puntualiza alto y claro:
—Quiero esto lejos de Flyn, ¿entendido?
¡Dios, cuando se pone así, lo mataría! Me levanto, le quito el skate de las manos y gruño:
—Es mi regalo para Flyn. ¿No crees que debería ser él quien dijera si lo quiere o no?
El niño no habla. Sólo nos observa. Pero finalmente dice:
—No lo quiero. Es peligroso.
Simona, con la mirada, me pide que me calle. Que lo deje estar. Pero no, ¡me niego!
—Escucha, Flyn...
—LALI —interviene PETER, quitándome de nuevo el skate—, te acaba de decir que no lo quiere. ¿Qué más necesitas escuchar?
Malhumorada, le vuelvo a arrancar el puñetero skateboard de las manos.
—Lo que he oído es lo que ¡tú! querías que dijera. Déjale a él que responda.
—No lo quiero —insiste el crío.
Con el skate en las manos me acerco a él y me agacho.
—Flyn, si tu quieres, yo te puedo enseñar. Te prometo que no te vas a hacer daño, porque yo no lo voy a permitir y...
—¡Se acabó! ¡He dicho que no y es que no! —grita PETER—. Simona, Norbert, llévense a Flyn del salón; tengo que hablar con MARIANA.
Cuando los otros salen del salón y nos quedamos solos, PETER sisea:
—Escucha, LALI, si no quieres que discutamos delante del niño o del servicio, ¡cállate! He dicho que no al skate. ¿Por qué insistes?
—Porque es un niño, ¡joder! ¿No has visto sus ojos cuando lo ha sacado de la caja? Le ha gustado. Pero ¿no te has dado cuenta?
—No.
Deseosa de llamarle de todo menos bonito, protesto.
—No puede estar todo el día enganchado a la Wii, a la Play o a la... Pero ¿qué clase de niño estás criando? No te das cuenta de que el día de mañana va a ser un niño retraído y miedoso.
—Prefiero que sea así a que le pueda pasar algo.
—Desde luego, algo le pasará con la educación que le estás dando. ¿No has pensado que llegará un momento en el que él quiera salir con los amigos o con una chica, y no sabrá hacer nada, a excepción de jugar con la Wii y obedecer a su tío? ¡Vaya dos!, desde luego sois tal para cual.
PETER me mira, me mira y me mira, y al final responde:
—Que vivas conmigo y el niño en esta casa es lo más bonito que me ha ocurrido en muchos años, pero no voy a poner en peligro a Flyn porque tú creas que él deba ser
diferente. He aceptado que metieras en casa este horrible árbol rojo, he obligado al niño a que escriba tus absurdos deseos para decorarlo, pero no voy a claudicar en cuanto a lo que a la educación de Flyn concierne. Tú eres mi novia, me has propuesto acompañar a mi sobrino cuando yo no esté, pero Flyn es mi responsabilidad, no la tuya; no lo olvides.
Sus duras palabras en una mañana tan bonita como es la de Reyes me retuercen el corazón. ¡Será capullo! Su casa. Su sobrino. Pero no dispuesta a llorar como una imbécil, saco mi mal genio y siseo mientras recojo con premura todos los regalos del niño y los meto en la bolsa original:
—Muy bien. Le haré un cheque a tu sobrino. Seguro que eso le gusta más.
Sé que mis palabras y en especial mi tono de voz molestan a PETER, pero estoy dispuesta a molestarle mucho, mucho y mucho.
—Dijiste que la habitación vacía de esta planta era para mí, ¿verdad?
PETER asiente, y yo me encamino hacia ella. Abro la puerta del salón y me encuentro con Simona, Norbert y Flyn. Miro al pequeño y digo con sus regalos en la mano:
—Ya puedes entrar. Lo que tu tío y yo teníamos que hablar ya está hablado.
Con premura me encamino hacia esa habitación, abro la puerta y dejo caer en el suelo el skate y todos sus accesorios. Con el mismo brío, regreso al salón. Simona y Norbert han desaparecido y sólo están PETER y Flyn, que me miran al entrar. Con el gesto desencajado le digo al pequeño, que me observa:
—Luego, te doy un cheque. Eso sí, no esperes que sea tan abultado como el de tu tío, pues punto uno: no estoy de acuerdo con darte tanto dinero y punto dos: ¡yo no soy rica!
El crío no responde. El mal rollo está instalado en el comedor y no estoy dispuesta a ser yo quien lo cambie. Por ello, saco el sobre que PETER me ha entregado, lo abro y, al ver un cheque en blanco, se lo devuelvo.
—Gracias, pero no. No necesito tu dinero. Es más, ya me di por regalada con todas las cosas que me compraste el otro día.
No responde. Me mira. Ambos me miran, y como un huracán asolador, señalo el árbol, dispuesta a rematar el momentito «Navidad».
—Vamos, chicos, continuemos con esta bonita mañana. ¿Qué tal si leemos los deseos de nuestro árbol? Quizá alguno se ha cumplido.
Sé que los estoy llevando al límite. Sé que lo estoy haciendo mal, pero no me importa. Ellos, en pocos días, me han sacado de mis casillas. De pronto, el niño grita:
—¡No quiero leer los tontos deseos!
—¿Y por qué?
—Porque no —insiste.
PETER me mira. Comprende que estoy muy cabreada y le desconcierta no saber cómo pararme. Pero yo estoy embravecida, enloquecida de rabia por estar aquí con estos dos obtusos y tan lejos de mi familia.
—Venga, ¿quién es el primero en leer un deseo del árbol?
Ninguno habla, y al final, cómicamente cojo yo un deseo.
—Muy bien..., ¡yo seré la primera y leeré uno de Flyn!
Le quito la cinta verde y, cuando lo estoy desenrollando, el pequeño se lanza contra mí y me lo quita de las manos. Le miro sorprendida.
—¡Odio esta Navidad, odio este árbol y odio tus deseos!—exclama—. Has enfadado a mi tío y por tu culpa el día de hoy está siendo horrible.
Miro a PETER en busca de ayuda, pero nada, no se mueve.
Deseo gritar, montar la tercera guerra mundial en el salón, pero al final hago lo único que puedo hacer. Agarro el puñetero árbol de Navidad rojo y a rastras lo saco del salón para meterlo en la habitación donde he dejado anteriormente el skateboard.
—Señorita LALI, ¿está usted bien? —pregunta Simona, descolocada.
¡Pobre mujer! ¡Vaya mal rato que está pasando!
—Relájese —añade antes de que yo le pueda responder, y me coge de las manos—. El señor, en ocasiones, es algo recto con las cosas del niño, pero lo hace por su bien. No se enfade usted, señorita.
Le doy un beso en la mejilla. ¡Pobre!, y mientras camino escaleras arriba murmuro:
—Tranquila, Simona. No pasa nada. Pero voy a refrescarme, o esto va a terminar peor que «Locura esmeralda».
Ambas sonreímos. Cuando llego a la habitación y cierro la puerta, me pica el cuello. ¡Dios, los ronchones! Me miro en el espejo y tengo el cuello plagado de ellos. ¡Malditos!
Dispuesta a salir de esta casa como sea, me quito el pijama. Me visto y, abrigada, regreso al salón, donde esos dos ya están jugando con la Wii ¡Qué majos! A grandes zancadas me acerco hasta ellos. Tiro del cable de la Wii y la desconecto. La música se para; ambos me miran.
—Me voy a dar una vuelta. ¡La necesito! —Y cuando PETER va a decir algo, lo señalo y siseo—: Ni se te ocurra prohibírmelo. Por tu bien, ¡ni se te ocurra!
Salgo de la casa. Nadie me sigue.
La pobre Simona intenta convencerme de que me quede, pero sonriéndole le indico que estoy bien, que no se preocupe. Cuando llego a la verja y salgo por la pequeña puerta lateral, Susto viene a saludarme. Durante un rato camino por la urbanización con el perro a mi lado. Le cuento mis problemas, mis frustraciones, y el pobre animal me mira con sus ojos saltones como si entendiera algo.

Tras un largo paseo, cuando vuelvo a estar de nuevo frente a la verja de la casa, no quiero entrar y llamo a Marta. Veinte minutos después, cuando casi no siento los pies, Marta me recoge con su coche y nos marchamos. Me despido de Susto. Necesito hablar con alguien que me conteste, o me volveré loca.

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