Mientras
los hombres se duchan tras el partido, me voy junto con EUGE y las chicas a una
salita a esperarlos. Aquí me divierto escuchando sus comentarios. Lora no ha
vuelto a decir nada que me pueda molestar. Eso sí, me mira con gesto extraño.
Está claro que saber que soy la novia de PETER le ha cortado todo el rollo.
Media hora después comienzan a salir del vestuario hombretones relucientes y
aseaditos.
El
primero en acercarse a mí con curiosidad y sonriendo es un chico tan rubio que parece
albino.
—¡Hola!
¿Tú eres LALI? ¿La española?
Estoy
por decir «¡Olé!», pero finalmente decido no hacerlo.
—Sí,
soy LALI.
—¡Olé...,
toro..., paella! —dice uno de ellos, y yo me río.
Otros
dos chicos, en este caso morenos, se acercan a nosotros y comienzan a
interesarse por mí. Aquí soy la novedad, ¡la española! Eso me hace gracia y
entablo conversación con ellos. De pronto veo a PETER salir del vestuario y
mirarme. Lo incomoda verme rodeada de todos ésos, y yo sonrío. Estos tontos
celitos por su parte me gustan y más cuando veo que se para con EUGE y NICO y
el bebé, y espera que sea yo la que vaya a él. Sus ojos y los míos se cruzan, y
entonces hace algo que me hace reír. Me indica con un movimiento de cabeza que
me mueva.
Hago
caso omiso a su orden. No quiero comenzar a seguirle como un perrillo. No,
definitivamente no voy a volver a ser tan pavisosa con él como lo fui meses
atrás. Al final, se acerca y, cogiéndome de manera posesiva por la cintura ante
sus compañeros, me da un beso en los labios e indica:
—Chicos,
ésta es mi novia, LALI. Por lo tanto, ¡cuidadito!
Sus
amigos se ríen y yo hago lo mismo justo en el momento en que PABLO se acerca a
nosotros y, cogiéndome una mano, me la besa y me saluda. Inexplicablemente me
pongo nerviosa, pero mis nervios se relajan cuando soy consciente de que PABLO
no hace ni dice nada fuera de lugar. Al revés, es totalmente correcto. Una vez
que me saluda, PETER me besa en la sien y entre ellos planean que vayamos todos
juntos a cenar algo a Jokers, el restaurante de los padres de PABLO.
Miro
mi reloj. Las siete y veinte de la tarde.
¡Vaya,
qué horror!, voy a cenar en horario guiri.
Pero
dispuesta a ello dejo que PETER me agarre estrechamente por la cintura mientras
observo que con la otra mano coge a Flyn. Nos montamos en el coche, y el
pequeño, emocionado por el partido, no para de hablar con su tío. En ningún
momento me incluye en la conversación, pero aun así yo me integro. Al final, no
le queda más remedio que
contestar
a algunas preguntas que yo hago, y eso me hace sonreír.
Cuando
llegamos a Jokers, aparcamos el Mitsubishi, y detrás de nosotros lo hacen EUGE
y NICO, y tras ellos, PETER. Hace un frío de mil demonios y entramos raudos en
el local. Un alemán algo desgarbado sale a saludarnos y PABLO me indica que es
su padre. Se llama Klaus y es un tipo muy simpático. En el mismo momento en que
sabe que soy española, las palabras «paella», «olé» y «torero» salen de su
boca, y yo sonrío. ¡Qué gracioso!
Tras
servirnos unas cervezas, llega el resto del grupo, e instantes después una
joven del restaurante nos abre un saloncito aparte y todos entramos. Nos
sentamos y dejo que PETER pida por mí. Tengo que ponerme al día en lo que se
refiere a la comida alemana.
Entre
risas, comienza la cena e intento comprender todo lo que dicen, pero escuchar a
tantas personas a la vez conservando en alemán me aturulla. ¡Qué bruscos son
hablando! Mientras estoy concentrada en entender a la perfección lo que
cuentan, PETER se acerca a mi oído.
—Desde
que sé que me has levantado el castigo, no veo el momento de llegar a casa,
pequeña. —Sonrío y me pregunta—: ¿Tú deseas lo mismo?
Le
digo que sí, y PETER vuelve a preguntar en mi oído mientras noto cómo su dedo
hace circulitos en mi muslo por debajo de la mesa:
—¿Me
deseas?
Con
gesto pícaro, levanto una ceja, centrándome en él.
—Sí,
mucho.
PETER
sonríe. Está feliz con lo que escucha.
—En
una escala del uno al diez, ¿cuánto me deseas? —me plantea, sorprendiéndome.
Convencida
de que mi libido está por las nubes, respondo:
—El
diez se queda corto. Digamos, ¿cincuenta?
Mi
contestación le vuelve a agradar. Coge una patata frita de su plato, le da un
mordisco y después me la introduce en la boca. Yo, divertida, la mastico.
Durante unos minutos, seguimos comiendo, hasta que escucho a PETER decir:
—Vamos,
Flyn, come o me comeré yo tu plato. Estoy hambriento. Terriblemente hambriento.
El
pequeño asiente, y de pronto, PABLO suelta una carcajada.
—PETER,
cuando le he contado a la nueva cocinera de mi padre que LALI es española me ha
exigido que se la presentes.
Ambos
sonríen, y sin tiempo que perder, PETER se levanta, choca con complicidad la
mano con PABLO, coge la mía y señala:
—Hagamos
lo que pide la cocinera, o no podremos regresar a este local.
Asombrada,
me levanto ante la mirada de todos, y cuando Flyn se va a levantar para
acompañarnos, PABLO, atrayendo la atención del pequeño, dice:
—Si
te vas, me como yo todas las patatas.
El
crío defiende su posesión mientras nosotros nos alejamos del grupo. Salimos del
salón, caminamos por un amplio pasillo y, de pronto, PETER se para ante una
puerta, mete una llave en la cerradura, me hace entrar y, tras cerrar la
puerta, murmura, desabrochándose la chaqueta:
—No
puedo aguantarlo más, cariño. Tengo hambre, y no es de la comida que me espera
sobre la mesa.
Lo
miro boquiabierta.
—Pero
¿no íbamos a saludar a la cocinera?
PETER
se acerca a mí con una devoradora mirada.
—Desnúdate,
cariño. Escala cincuenta de deseo, ¿lo recuerdas?
Con
el asombro aún en el rostro, voy a responder cuando PETER me coge con ímpetu
por la cintura y me sienta sobre la mesa del despacho. Pero ¿no me ha dicho que
me desnude?
Con
su lengua repasa primero mi labio superior, después el inferior y, cuando
finaliza el morboso contacto con un mordisquito, soy yo la que se lanza sobre
su boca y se la devora.
Calor.
Excitación.
Locura
momentánea.
Durante
varios minutos, nos besamos con auténtico frenesí mientras nos tocamos. PETER
es tan caliente, tan activo en esa faceta, que siento que me voy a derretir,
pero cuando con premura sube mi vestido y pone sus enormes manos en la
cinturilla de mis medias digo:
—Stop.
—Mi orden lo hace parar, y antes de que siga, añado—: No quiero que me rompas
ni las medias ni las bragas. Son nuevas y me costaron un pastón. Yo me las
quitaré.
Sonríe,
sonríe, sonríe... ¡Oh, Dios! Cuando sonríe mi corazón salta embravecido.
¡Que
me rompa lo que quiera!
PETER
da un paso hacia atrás. Soy consciente de que su deseo se intensifica por mí.
Sin demora, pongo un pie en su pecho. Me desabrocha la bota sin apartar sus
ojos de los míos y me la quita. Repito la misma acción con la otra pierna, y él
con la otra bota.
¡Guau,
qué morboso es mi Iceman!
Cuando
las dos botas están en el suelo, me bajo de la mesa, da un paso hacia atrás, y
yo me quito las medias. Las dejo sobre la mesa.
La
respiración de PETER es tan irregular como la mía y, cuando se arrodilla ante
mí, sin necesidad de que me pida lo que quiere, lo hago. Me acerco a él, acerca
su cara a mis braguitas, cierra los ojos y murmura:
—No
sabes cuánto te he echado de menos.
Yo
también lo he echado de menos y, deseosa de sexo, poso mis manos en su pelo y
se lo revuelvo, mientras él sin moverse restriega su mejilla por mi monte de
Venus, hasta que con un dedo me baja las bragas, pasea su boca por mi tatuaje y
le escucho murmurar:
—Pídeme
lo que quieras, pequeña..., lo que quieras.
Sin
dejar de repetir esta frase tan típica de él y que yo tatué en mí, me baja las
bragas, me las quita, las deja sobre la mesa y, levantándose, me coge entre sus
brazos, me sienta sobre la mesa, abre mis piernas, se baja el pantalón negro
del chándal y, cuando clavo mis ojos en su erecto y tentador pene, susurra
mientras me tumba:
—Me
vuelve loco leer esa frase en tu cuerpo, pequeña. Me tiraría horas
saboreándote, pero no hay tiempo para preámbulos, y por ello te voy a follar
ahora mismo.
Y
sin más, me acerca su enorme erección a la entrada de mi húmeda vagina y, de
una sola y certera estocada, me penetra.
Sí...,
sí..., sí...
¡Oh,
sí!
Se
oye el runrún de la gente tras la puerta cerrada, y PETER me posee. Lo miro. Me
deleito.
—No
más secretos entre tú y yo —musito.
PETER
asiente. Me penetra.
—Quiero
sinceridad en nuestra relación —insisto, jadeante.
—Por
supuesto, pequeña. Prometido ahora y siempre.
La
música llega hasta nosotros, pero yo sólo puedo disfrutar de lo que siento en
este instante. Estoy siendo saciada una y otra vez con vigor por el hombre que
más deseo en el mundo, y me encanta. Sus fuertes manos me tienen cogida por la
cintura, me manejan, y yo, dichosa del momento, me dejo manejar.
PETER
me oprime una y otra vez contra él mientras aprieta los dientes y oigo cómo el
aire escapa a través de éstos. Mi cuerpo se abre para recibirlo y jadeo,
dispuesta a abrirme más y más para él. De pronto, me levanta entre sus brazos y
me apoya contra la pared.
¡Oh,
Dios, sí!
Sus
penetraciones se hacen cada vez más intensas. Más posesivas. Uno..., dos...,
tres.... , siete..., ocho..., nueve... embestidas, y yo gimo de placer.
Sus
manos, que me sujetan, me aprietan el culo. Me inmovilizan contra la pared y
sólo puedo recibir gustosa una y otra vez su maravilloso y demoledor ataque.
Éste es PETER. Ésta es nuestra manera de amarnos. Ésta es nuestra pasión.
Calor.
Tengo un calor horrible cuando siento que un clímax asolador está a punto de
hacerme gritar. PETER me mira y sonríe. Contengo mi grito, acerco mi boca a su
oído y susurro como puedo:
—Ahora...,
cariño..., dame más fuerte ahora.
PETER
intensifica sus acometidas, sabedor de cómo hacerlo. Se hunde hasta el fondo en
mí mientras yo disfruto y exploto de exaltación. PETER me da lo que le pido. Es
mi dueño. Mi amor. Mi sirviente. Él lo es todo para mí, y cuando el calor entre
los dos parece que nos va a carbonizar, oigo salir de nuestras gargantas un
hueco grito de liberación que acallamos con un beso.
Instantes
después, se arquea sobre mí y yo le aprieto contra mi cuerpo, decidida a que no
salga de él en toda la noche.
Cuando
los estremecimientos del maravilloso orgasmo comienzan a desaparecer, nos
miramos a los ojos y él murmura, aún con su pene en mi interior:
—No
puedo vivir sin ti. ¿Qué me has hecho?
Eso
me hace sonreír y, tras darle un candoroso beso en los labios, respondo:
—Te
he hecho lo mismo que tú a mí. ¡Enamorarte!
Durante
unos segundos, mi Iceman particular me mira con esa mirada tan suya, tan
alemana y castigadora que me vuelve loca. Me encantaría estar en su mente y
saber qué pasa por ella mientras me mira así. Al final, me da un beso en los
labios y me suelta a regañadientes.
—Te
follaría en cada rincón de este lugar, pero creo que debemos regresar con el
resto del grupo.
Me
muestro conforme animadamente. Veo las medias y las bragas sobre la mesa, y de
prisa me las pongo, aunque antes PETER abre un cajón y saca servilletas de
papel para limpiarnos.
—Vaya...,
vaya, señor LANZANI —apunto con gesto pícaro—, por lo que veo no es la primera
vez que usted viene aquí a satisfacer sus necesidades.
PETER
sonríe, y tras limpiarse y tirar el papel a una papelera, contesta en tanto se
ajusta su pantalón negro:
—No
se equivoca, señorita ESOSITO. Este local es del padre de PABLO y hemos
visitado este cuartucho muchas veces para divertirnos y compartir ciertas
compañías femeninas.
Su
comentario me resulta gracioso, pero esos celos españoles tan característicos
en mi personalidad me hacen dar un paso adelante. PETER me mira.
—Espero
que a partir de ahora siempre cuentes conmigo —señalo, achinando los ojos.
PETER
sonríe.
—No
lo dudes, pequeña. Ya sabes que tú eres el centro de mi deseo.
Fuego...
Hablar
tan claramente sobre sexo con PETER me enloquece. Él, consciente de ello, se
acerca a mí y me coge por la cintura.
—Pronto
abriré tus piernas para que otro te folle delante de mí, mientras yo beso tus
labios y me bebo tus gemidos de placer. Sólo de pensarlo ya vuelvo a estar
duro.
Roja...,
debo de estar más roja que un tomate en rama. Sólo imaginar lo que acaba de
decir me aviva y enloquece.
—¿Deseas
que ocurra lo que he dicho?
Sin
ningún atisbo de vergüenza, muevo la cabeza afirmativamente. Si mi padre me
viera me desheredaría. PETER, divertido, sonríe y me besa con cariño.
—Lo
haremos, te lo prometo. Pero ahora termina de vestirte, preciosa. Hay una mesa
llena de gente esperándonos a pocos metros de aquí y, si tardamos más,
comenzarán a sospechar.
Atizada
por lo ocurrido y, por sus últimas proposiciones, termino de ponerme las
medias. Después, PETER me ayuda a abrocharme las botas.
—¿Vuelvo
a estar decente? —pregunto una vez vestida, mirándole.
PETER
me mira de arriba abajo y, antes de abrir la puerta, susurra:
—Sí,
cariño, aunque cuando lleguemos a casa te quiero totalmente indecente. —Su
comentario me hace reír y, tras resoplar, indica—: Salgamos ya de esta
habitación, o no voy a ser capaz de contenerme para no romperte esta vez tus
preciadas medias y bragas nuevas.
Por
la noche, cuando llegamos a casa y PETER acuesta a Flyn, cerramos la puerta de
nuestra habitación y nos entregamos a lo que más nos gusta: sexo salvaje,
morboso y caliente.
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