sábado, 17 de octubre de 2015

CAPITULO 11

Mientras los hombres se duchan tras el partido, me voy junto con EUGE y las chicas a una salita a esperarlos. Aquí me divierto escuchando sus comentarios. Lora no ha vuelto a decir nada que me pueda molestar. Eso sí, me mira con gesto extraño. Está claro que saber que soy la novia de PETER le ha cortado todo el rollo. Media hora después comienzan a salir del vestuario hombretones relucientes y aseaditos.
El primero en acercarse a mí con curiosidad y sonriendo es un chico tan rubio que parece albino.
—¡Hola! ¿Tú eres LALI? ¿La española?
Estoy por decir «¡Olé!», pero finalmente decido no hacerlo.
—Sí, soy LALI.
—¡Olé..., toro..., paella! —dice uno de ellos, y yo me río.
Otros dos chicos, en este caso morenos, se acercan a nosotros y comienzan a interesarse por mí. Aquí soy la novedad, ¡la española! Eso me hace gracia y entablo conversación con ellos. De pronto veo a PETER salir del vestuario y mirarme. Lo incomoda verme rodeada de todos ésos, y yo sonrío. Estos tontos celitos por su parte me gustan y más cuando veo que se para con EUGE y NICO y el bebé, y espera que sea yo la que vaya a él. Sus ojos y los míos se cruzan, y entonces hace algo que me hace reír. Me indica con un movimiento de cabeza que me mueva.
Hago caso omiso a su orden. No quiero comenzar a seguirle como un perrillo. No, definitivamente no voy a volver a ser tan pavisosa con él como lo fui meses atrás. Al final, se acerca y, cogiéndome de manera posesiva por la cintura ante sus compañeros, me da un beso en los labios e indica:
—Chicos, ésta es mi novia, LALI. Por lo tanto, ¡cuidadito!
Sus amigos se ríen y yo hago lo mismo justo en el momento en que PABLO se acerca a nosotros y, cogiéndome una mano, me la besa y me saluda. Inexplicablemente me pongo nerviosa, pero mis nervios se relajan cuando soy consciente de que PABLO no hace ni dice nada fuera de lugar. Al revés, es totalmente correcto. Una vez que me saluda, PETER me besa en la sien y entre ellos planean que vayamos todos juntos a cenar algo a Jokers, el restaurante de los padres de PABLO.
Miro mi reloj. Las siete y veinte de la tarde.
¡Vaya, qué horror!, voy a cenar en horario guiri.
Pero dispuesta a ello dejo que PETER me agarre estrechamente por la cintura mientras observo que con la otra mano coge a Flyn. Nos montamos en el coche, y el pequeño, emocionado por el partido, no para de hablar con su tío. En ningún momento me incluye en la conversación, pero aun así yo me integro. Al final, no le queda más remedio que
contestar a algunas preguntas que yo hago, y eso me hace sonreír.
Cuando llegamos a Jokers, aparcamos el Mitsubishi, y detrás de nosotros lo hacen EUGE y NICO, y tras ellos, PETER. Hace un frío de mil demonios y entramos raudos en el local. Un alemán algo desgarbado sale a saludarnos y PABLO me indica que es su padre. Se llama Klaus y es un tipo muy simpático. En el mismo momento en que sabe que soy española, las palabras «paella», «olé» y «torero» salen de su boca, y yo sonrío. ¡Qué gracioso!
Tras servirnos unas cervezas, llega el resto del grupo, e instantes después una joven del restaurante nos abre un saloncito aparte y todos entramos. Nos sentamos y dejo que PETER pida por mí. Tengo que ponerme al día en lo que se refiere a la comida alemana.
Entre risas, comienza la cena e intento comprender todo lo que dicen, pero escuchar a tantas personas a la vez conservando en alemán me aturulla. ¡Qué bruscos son hablando! Mientras estoy concentrada en entender a la perfección lo que cuentan, PETER se acerca a mi oído.
—Desde que sé que me has levantado el castigo, no veo el momento de llegar a casa, pequeña. —Sonrío y me pregunta—: ¿Tú deseas lo mismo?
Le digo que sí, y PETER vuelve a preguntar en mi oído mientras noto cómo su dedo hace circulitos en mi muslo por debajo de la mesa:
—¿Me deseas?
Con gesto pícaro, levanto una ceja, centrándome en él.
—Sí, mucho.
PETER sonríe. Está feliz con lo que escucha.
—En una escala del uno al diez, ¿cuánto me deseas? —me plantea, sorprendiéndome.
Convencida de que mi libido está por las nubes, respondo:
—El diez se queda corto. Digamos, ¿cincuenta?
Mi contestación le vuelve a agradar. Coge una patata frita de su plato, le da un mordisco y después me la introduce en la boca. Yo, divertida, la mastico. Durante unos minutos, seguimos comiendo, hasta que escucho a PETER decir:
—Vamos, Flyn, come o me comeré yo tu plato. Estoy hambriento. Terriblemente hambriento.
El pequeño asiente, y de pronto, PABLO suelta una carcajada.
—PETER, cuando le he contado a la nueva cocinera de mi padre que LALI es española me ha exigido que se la presentes.
Ambos sonríen, y sin tiempo que perder, PETER se levanta, choca con complicidad la mano con PABLO, coge la mía y señala:
—Hagamos lo que pide la cocinera, o no podremos regresar a este local.
Asombrada, me levanto ante la mirada de todos, y cuando Flyn se va a levantar para acompañarnos, PABLO, atrayendo la atención del pequeño, dice:
—Si te vas, me como yo todas las patatas.
El crío defiende su posesión mientras nosotros nos alejamos del grupo. Salimos del salón, caminamos por un amplio pasillo y, de pronto, PETER se para ante una puerta, mete una llave en la cerradura, me hace entrar y, tras cerrar la puerta, murmura, desabrochándose la chaqueta:
—No puedo aguantarlo más, cariño. Tengo hambre, y no es de la comida que me espera sobre la mesa.
Lo miro boquiabierta.
—Pero ¿no íbamos a saludar a la cocinera?
PETER se acerca a mí con una devoradora mirada.
—Desnúdate, cariño. Escala cincuenta de deseo, ¿lo recuerdas?
Con el asombro aún en el rostro, voy a responder cuando PETER me coge con ímpetu por la cintura y me sienta sobre la mesa del despacho. Pero ¿no me ha dicho que me desnude?
Con su lengua repasa primero mi labio superior, después el inferior y, cuando finaliza el morboso contacto con un mordisquito, soy yo la que se lanza sobre su boca y se la devora.
Calor.
Excitación.
Locura momentánea.
Durante varios minutos, nos besamos con auténtico frenesí mientras nos tocamos. PETER es tan caliente, tan activo en esa faceta, que siento que me voy a derretir, pero cuando con premura sube mi vestido y pone sus enormes manos en la cinturilla de mis medias digo:
Stop. —Mi orden lo hace parar, y antes de que siga, añado—: No quiero que me rompas ni las medias ni las bragas. Son nuevas y me costaron un pastón. Yo me las quitaré.
Sonríe, sonríe, sonríe... ¡Oh, Dios! Cuando sonríe mi corazón salta embravecido.
¡Que me rompa lo que quiera!
PETER da un paso hacia atrás. Soy consciente de que su deseo se intensifica por mí. Sin demora, pongo un pie en su pecho. Me desabrocha la bota sin apartar sus ojos de los míos y me la quita. Repito la misma acción con la otra pierna, y él con la otra bota.
¡Guau, qué morboso es mi Iceman!
Cuando las dos botas están en el suelo, me bajo de la mesa, da un paso hacia atrás, y yo me quito las medias. Las dejo sobre la mesa.
La respiración de PETER es tan irregular como la mía y, cuando se arrodilla ante mí, sin necesidad de que me pida lo que quiere, lo hago. Me acerco a él, acerca su cara a mis braguitas, cierra los ojos y murmura:
—No sabes cuánto te he echado de menos.
Yo también lo he echado de menos y, deseosa de sexo, poso mis manos en su pelo y se lo revuelvo, mientras él sin moverse restriega su mejilla por mi monte de Venus, hasta que con un dedo me baja las bragas, pasea su boca por mi tatuaje y le escucho murmurar:
—Pídeme lo que quieras, pequeña..., lo que quieras.
Sin dejar de repetir esta frase tan típica de él y que yo tatué en mí, me baja las bragas, me las quita, las deja sobre la mesa y, levantándose, me coge entre sus brazos, me sienta sobre la mesa, abre mis piernas, se baja el pantalón negro del chándal y, cuando clavo mis ojos en su erecto y tentador pene, susurra mientras me tumba:
—Me vuelve loco leer esa frase en tu cuerpo, pequeña. Me tiraría horas saboreándote, pero no hay tiempo para preámbulos, y por ello te voy a follar ahora mismo.
Y sin más, me acerca su enorme erección a la entrada de mi húmeda vagina y, de una sola y certera estocada, me penetra.
Sí..., sí..., sí...
¡Oh, sí!
Se oye el runrún de la gente tras la puerta cerrada, y PETER me posee. Lo miro. Me deleito.
—No más secretos entre tú y yo —musito.
PETER asiente. Me penetra.
—Quiero sinceridad en nuestra relación —insisto, jadeante.
—Por supuesto, pequeña. Prometido ahora y siempre.
La música llega hasta nosotros, pero yo sólo puedo disfrutar de lo que siento en este instante. Estoy siendo saciada una y otra vez con vigor por el hombre que más deseo en el mundo, y me encanta. Sus fuertes manos me tienen cogida por la cintura, me manejan, y yo, dichosa del momento, me dejo manejar.
PETER me oprime una y otra vez contra él mientras aprieta los dientes y oigo cómo el aire escapa a través de éstos. Mi cuerpo se abre para recibirlo y jadeo, dispuesta a abrirme más y más para él. De pronto, me levanta entre sus brazos y me apoya contra la pared.
¡Oh, Dios, sí!
Sus penetraciones se hacen cada vez más intensas. Más posesivas. Uno..., dos..., tres.... , siete..., ocho..., nueve... embestidas, y yo gimo de placer.
Sus manos, que me sujetan, me aprietan el culo. Me inmovilizan contra la pared y sólo puedo recibir gustosa una y otra vez su maravilloso y demoledor ataque. Éste es PETER. Ésta es nuestra manera de amarnos. Ésta es nuestra pasión.
Calor. Tengo un calor horrible cuando siento que un clímax asolador está a punto de hacerme gritar. PETER me mira y sonríe. Contengo mi grito, acerco mi boca a su oído y susurro como puedo:
—Ahora..., cariño..., dame más fuerte ahora.
PETER intensifica sus acometidas, sabedor de cómo hacerlo. Se hunde hasta el fondo en mí mientras yo disfruto y exploto de exaltación. PETER me da lo que le pido. Es mi dueño. Mi amor. Mi sirviente. Él lo es todo para mí, y cuando el calor entre los dos parece que nos va a carbonizar, oigo salir de nuestras gargantas un hueco grito de liberación que acallamos con un beso.
Instantes después, se arquea sobre mí y yo le aprieto contra mi cuerpo, decidida a que no salga de él en toda la noche.
Cuando los estremecimientos del maravilloso orgasmo comienzan a desaparecer, nos miramos a los ojos y él murmura, aún con su pene en mi interior:
—No puedo vivir sin ti. ¿Qué me has hecho?
Eso me hace sonreír y, tras darle un candoroso beso en los labios, respondo:
—Te he hecho lo mismo que tú a mí. ¡Enamorarte!
Durante unos segundos, mi Iceman particular me mira con esa mirada tan suya, tan alemana y castigadora que me vuelve loca. Me encantaría estar en su mente y saber qué pasa por ella mientras me mira así. Al final, me da un beso en los labios y me suelta a regañadientes.
—Te follaría en cada rincón de este lugar, pero creo que debemos regresar con el resto del grupo.
Me muestro conforme animadamente. Veo las medias y las bragas sobre la mesa, y de prisa me las pongo, aunque antes PETER abre un cajón y saca servilletas de papel para limpiarnos.
—Vaya..., vaya, señor LANZANI —apunto con gesto pícaro—, por lo que veo no es la primera vez que usted viene aquí a satisfacer sus necesidades.
PETER sonríe, y tras limpiarse y tirar el papel a una papelera, contesta en tanto se ajusta su pantalón negro:
—No se equivoca, señorita ESOSITO. Este local es del padre de PABLO y hemos visitado este cuartucho muchas veces para divertirnos y compartir ciertas compañías femeninas.
Su comentario me resulta gracioso, pero esos celos españoles tan característicos en mi personalidad me hacen dar un paso adelante. PETER me mira.
—Espero que a partir de ahora siempre cuentes conmigo —señalo, achinando los ojos.
PETER sonríe.
—No lo dudes, pequeña. Ya sabes que tú eres el centro de mi deseo.
Fuego...
Hablar tan claramente sobre sexo con PETER me enloquece. Él, consciente de ello, se acerca a mí y me coge por la cintura.
—Pronto abriré tus piernas para que otro te folle delante de mí, mientras yo beso tus labios y me bebo tus gemidos de placer. Sólo de pensarlo ya vuelvo a estar duro.
Roja..., debo de estar más roja que un tomate en rama. Sólo imaginar lo que acaba de decir me aviva y enloquece.
—¿Deseas que ocurra lo que he dicho?
Sin ningún atisbo de vergüenza, muevo la cabeza afirmativamente. Si mi padre me viera me desheredaría. PETER, divertido, sonríe y me besa con cariño.
—Lo haremos, te lo prometo. Pero ahora termina de vestirte, preciosa. Hay una mesa llena de gente esperándonos a pocos metros de aquí y, si tardamos más, comenzarán a sospechar.
Atizada por lo ocurrido y, por sus últimas proposiciones, termino de ponerme las medias. Después, PETER me ayuda a abrocharme las botas.
—¿Vuelvo a estar decente? —pregunto una vez vestida, mirándole.
PETER me mira de arriba abajo y, antes de abrir la puerta, susurra:
—Sí, cariño, aunque cuando lleguemos a casa te quiero totalmente indecente. —Su comentario me hace reír y, tras resoplar, indica—: Salgamos ya de esta habitación, o no voy a ser capaz de contenerme para no romperte esta vez tus preciadas medias y bragas nuevas.

Por la noche, cuando llegamos a casa y PETER acuesta a Flyn, cerramos la puerta de nuestra habitación y nos entregamos a lo que más nos gusta: sexo salvaje, morboso y caliente.

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